domingo, 30 de abril de 2017

El delegado (Primera entrega)

 Autor: Maximiliano López

Jueves, son las seis de la mañana, una madrugada fresca que presagia, no obstante, un día de calor a mediados de noviembre. José Bernarbez se levanta de la cama de dos plazas en la que duerme solo. Vive con su hijo en una casa de dos ambientes en los límites de Nueva Pompeya y Parque Patricios, a unas cuadras del mismo parque, en una zona conformada por casas y fábricas, algunas abandonadas, otras reconvertidas en oficinas y una minoría en funcionamiento y sin reconvertir que, tan solo al transitarla, irradia una melancolía entre gustosa y aplastante. Como la que constituye gran parte de la esencia de José. Tiene dos hijos, ya grandes, de su primer matrimonio. Eduardo, uno de ellos, de treinta y un años, está desempleado y vive con él. Esta vez se despertó temprano porque durmió mal, al igual que el compañero Bernarbez, quien le pregunta a su hijo si el mate que está tomando está caliente o está frio.

—Hace diez minutos que me colgué viendo facebook— le dice Eduardo.

—Con esa actitud no veo que vayas a encontrar laburo. ¿Por qué no me hacés caso y laburás en el Ejército de Caridad, conmigo?

—Prefiero quedarme buscando trabajo acá. Y facebook sirve para encontrar trabajo también, aunque no lo creas ni logres comprenderlo. No quiero estar bajo tu sombra. Sos un tipo jodido.

—Se hace lo que se puede. No voy a ser distinto si a mi manera de siempre todo sale más o menos bien.

—¿Ves? Por eso te digo, todo tiene que ser a tu manera. Y estoy podrido de eso. Prefiero seguir buscando laburo en internet.

—Entre la poca voluntad que ponés, la cantidad de demanda que hay y la poca oferta para la carrera que estudiaste, lo de encontrar laburo la veo más difícil que encontrar un anillo en un balde lleno de diarrea de hipopótamo.

Eduardo sigue viendo absorto su computadora y Bernarbez, ya acostumbrado a los cortes de su hijo, convencido que es un pelotudo, que en algún momento se dará cuenta y abandonará gradualmente su vida disipada, como lo hizo él en un pasado más o menos lejano —no sin grandes penas—; enciende la hornalla para calentar la pava y se pone a cortar un pan blanco de un día para preparar unas tostadas y untarlas con queso y miel. Ese desayuno, austero, apetecible sin embargo, se perfila como un pequeño momento de sosiego para ambos antes de echarse a andar en el día. No sería un día cualquiera de todas maneras, al menos para José y los trabajadores del Ejército de Caridad, pues según dicta el sindicato bajo el que están agrupados, la Asociación de Trabajadores de Entidades Civiles y Deportivas (ATECYD), el día dieciséis de noviembre de dos mil dieciséis debe celebrarse la elección de delegado gremial, representante de los trabajadores del Ejercito de Caridad, seccional Capital, ante el sector directivo de la organización y el sindicato.

José Bernarbez no es un elector más ni un trabajador más, es el delegado gremial de los trabajadores del Ejército de Caridad. Lo es desde hace dieciséis años. Fue electo cuatro veces consecutivas. Siempre ha estado alineado al frente dominante dentro del sindicato, que sostiene a quien es su secretario general desde hace treinta años. José comenzó siendo un delfín, un número puesto por su antecesor como delegado en el Ejército, allí por el año dos mil, cuando éste fue sucedido por jubilarse. De allí en adelante cimentó, con un estilo sobrio y pragmático, una modesta pero nada desdeñable carrera en el mundo sindical. Congraciándose tanto con los trabajadores del Ejército de Caridad como con la patronal y el sindicato, en una suerte de bonapartismo construido con los elementos disponibles y aprovechando y ensanchando, en lo posible, el margen para pedir beneficios de impacto entre los trabajadores a los que ha representado hasta ahora. Bonapartismo austero, sí, pero que deja contentos, en la medida de lo posible, a todas las partes. Ese consenso alrededor de su figura le ha valido para sus posteriores relecciones como delegado gremial.

Más allá de la tranquilidad que otorgan esos antecedentes y la posición aparentemente consolidada de José Bernarbez como figura de autoridad en el mundo sindical y ante sus pares como delegado gremial, mientras ceba y toma mate, come sus tostadas producto del pan húmedo y gomoso bien aprovechado, y le convida, a su vez, mate a su hijo, que sigue scrolleando la red social, se siente preocupado, particularmente inquieto. Sabe que esta elección no será igual, porque esta vez no se presenta como único candidato: esta vez hay un contrincante.

Una línea opositora se ha abierto en la otrora tranquila interna de la delegación gremial del Ejército de Caridad. A sus cincuenta y ocho años, el compañero Bernarbez no esperaba encontrarse con tal escenario. A él nunca le gustó la complejidad de la rosca política y sindical. Es más, nunca le gustó mucho la política ni los procesos electorales. Su posición de líder se la ganó como “el sucesor de”, puesto desde arriba.

Una vez ahí, de arriba hacia abajo, mediante elecciones a las que se entró siempre en bloque, alrededor de un solo hombre, del Secretario General, como lo dicta la tendencia en el sindicato, fue construyendo legitimidad. Siempre se sintió cómodo ejecutando órdenes de arriba, mandando y disponiendo, desde su parcela de poder, a las bases que representaba. Ha sabido calzarse el traje de líder: uno sin carisma, pero con llegada y empatía hacia sus pares. Un administrador de recursos y un protector paternalista.

—¿Y qué vas a hacer hoy?— le pregunta Bernarbez a su hijo.

—Lo mismo que todas las mañanas, Pinky, tratar de conseguir un trabajo— le responde Eduardo.

—¡No me vengas con chistes pelotudos! Más vale que vayas a entregar los curriculums que dijiste que imprimiera y que no te quedes fumando porro en una plaza.

—Puedo hacer las dos cosas a la vez.

—No te hagas el canchero, pelotudo. Porque te voy a meter de prepo a laburar conmigo y se te acaban las vacaciones que estas tomando.

—Que seas un delegaducho no implica que me trates así. Sólo estoy haciendo un chiste.

—Me parece que te estás pasando de listo. Yo no voy a tolerar que me trates así. Me gustaría que, realmente, algún día puedas cambiar y acostumbrarte a no siempre conseguir lo que deseás. O al menos a entender que lo que deseás implica un esfuerzo y que no siempre lo vas a conseguir.  Si no hay trabajo de lo que te recibiste, de comunicólogo, tenés que agarrar lo que venga. Luego de agarrar lo que venga, las oportunidades están ahí, siempre están ahí para poder acercarte un poco más a lo que te gustaría hacer. ¿Te cagaría laburar conmigo cargando cosas, llevando de un lugar a otro ropa, televisores, radios, computadoras? Pensá en las posibilidades que se te pueden presentar jugándotela por esa opción. Está bravo conseguir laburo y no hay que ser tan tonto. Mirá si después se te abre, no sé, la posibilidad de encargarte de manejar la prensa y la comunicación del Ejercito de Caridad… o del sindicato. Yo ya te lo propuse más de una vez… puedo ayudarte, pero si vos cooperás. Antes tenés que saber agacharte a juntar las monedas que se les cae a otros o te tiran. Conmigo de arriba no vas a empezar.

—Sabés que tu mundo no es mi mundo. No voy a trabajar para ustedes, ni voy a trabajar donde vos trabajás.

—Si fueras menos tonto y vanidoso, menos aburguesado, lo pensarías de otra manera. Pero no voy a seguir insistiendo. Espera un día complicado— dice Bernarbez a su hijo y se va del PH sin importarle si su hijo sabe o no que la gestión de su padre será plebiscitada por sus pares.

La escasa autoridad de Bernarbez sobre su disipado y quedado hijo amenaza con extenderse hacia su reino gremial. Piensa que, al menos, debería tener una cierta ansiedad sobre como saldrán los resultados, pero no se inmuta. Mientras viaja en el 91 que lo deja a dos cuadras de su lugar de trabajo, no piensa en el resultado. Prácticamente no teme por su futuro como delegado. Si esa otra persona lo expulsara o no diera su lugar como representante gremial,  para él no representa ningún problema ni una pérdida de privilegios. Jamás ha pedido grandes favores al sindicato ni ha usado su posición para lograr ventajas con los patrones de la organización de caridad.

Siempre vivió con lo justo y si ha ahorrado, lo hizo para su casa, algún capricho improbable y su auto, un Renault 12 que dejó a su hija menor, Leonor, visitadora médica, de 27 años. No ve con zozobra una posible salida de su posición. Para él sería, en el mejor de los casos, una pequeña brisa de alivio sobre una vida apesadumbrada de la que él se hace cargo con gusto pero sin entusiasmo, con un sincero pero tímido orgullo cuando piensa y expresa sus aciertos en lo personal, profesional y gremial.

Por supuesto que sería un escenario muy remoto, difícil de imaginar, aquel en el que se viera apartado de esa modesta parcela de poder. Algo que no vería con malos ojos que sucediera, pero justamente por su calidad de lejano -pues vaya que le gusta jugar con escenarios lejanos, que no amenacen su estabilidad como trabajador y sindicalista.

Sin embargo, José ya está hastiado, cansado. Y su cara, degastada por el trabajo y el poder que reposa sobre su persona, es una señal de ello. Más ha sabido lidiar y apegarse, a su modo estoico pero silencioso, no sin algún extraño y endeble pero constante placer, a su poder y responsabilidad como delegado sindical de un ciertamente nutrido grupo de trabajadores que se desenvuelven en una de las organizaciones de empeño y caridad más grandes del país y el mundo. Lidiar y apegarse a la responsabilidad que emana de su poder como delegado de la seccional Buenos Aires de los trabajadores de esta organización mundial. Uno que no es para cualquier trabajador.

José Bernarbez reúne todas las condiciones para ser de esos trabajadores que, a la vez, ocupan funciones delegativas sindicales. Y pensaba que ello había quedado claro entre sus pares a lo largo y ancho de su modesto imperio. Sin embargo, una revolución silenciosa parece estar confabulándose. Una fuerza opositora a su austera, justa y responsable gestión se organizó y la interna parece estar viviendo un momento de vértigo que a él, en el fondo, le molesta por una sola razón en particular: quien lidera esa corriente interna, esa voz disidente entre el coro de satisfechos y conformistas por sus logros como administrador de recursos, es su ex pareja, Susana Olmos.

Susana es una mujer con quien José convivió durante cinco años, trabajadora de hace tiempo dentro del Ejercito de Caridad, incluso con más antigüedad que José. Se conocieron allí, han sabido ser felices juntos, inesperadamente encontrando en el otro la clave para estar contentos ante una vida y un mundo que parecía les había cerrado todas las puertas de la felicidad. Una última esperanza de estar lo más cercanamente posible a la plenitud. Las decisiones tomadas, en especial por Bernarbez, contribuyeron a socavar la relación. La cruz que el delegado lleva sobre su espalda, las responsabilidades y la culpa –que siempre han podido más sobre su vida- lo alejaron de Susana. Ella se había enamorado perdidamente de José, pero él no había podido parar esa inercia negativa rechazando entregarse enteramente al amor. O al menos, a una cohabitación entre la felicidad y las obligaciones. Terminó cediendo a lo último: puras reglas y ninguna excepción.


El delegado llega a su lugar de trabajo y se saluda con Gustavo Pozzi, uno de sus fieles lugartenientes en el organigrama de la delegación sindical, y encargado de coordinar los fletes. Con aparente serenidad y parsimonia a la vez que con su voz entre ronca y grave, no puede evitar preguntar sobre los comicios. Gustavo lo tranquiliza y le comunica que todo transcurre en total normalidad.

—No hay ningún indicio importante de apoyo para Susana. Quedate tranquilo. En una hora van a llegar los del sindicato con la urna y la lista de empadronados. Vas a ganar y por una gran diferencia, confia en lo que te digo— le responde Gustavo.

—Estoy tranquilo. Pero también molesto. Quisiera que este día o que, al menos, el momento de la votación pase rápido. Es una pesadilla que Susana esté metida en esto, ¿para qué?

—Son cosas de mujeres. Creo que a Mandela la mujer también se le retobó ¿no?— dice Gustavo, sacando chapa de sus nebulosos conocimientos sobre política internacional.

—¿Así que soy como Mandela? Dejate de joder, Gustavo— le responde José, quien luego ríe ligeramente, algo no muy normal en él, sugiriendo ligeros nervios que se apoderan de su persona, y le dice a su lugarteniente que no pierda más tiempo y coordine un traslado de muebles con un flete para una iglesia en Villa Lugano que está encargado para hoy desde hace una semana atrás, pero Gustavo se queda unos minutos más para decirle los pormenores de la lucha electoral. Le explica que casi todos los sectores donde los trabajadores del Ejército de Caridad desempeñan sus tareas están alineados a su figura, pero quizás Susana tenga arrastre en las mujeres, en especial sus amigas.

—Y también puede tener arrastre en quienes me quieren ver fuera de mi posición como delegado, lo mismo hombres o mujeres. No me importaría a fin de cuentas si soy desplazado —le dice, mientras se sirve un café en la cocina de la organización, ubicada en la terraza del lugar—, aunque me parecería absurdo que pierda yo, que he transformado las condiciones de este lugar para que los compañeros estén más a gusto con sus labores, pero repito, no me importa. Lo que sí me importa es el hecho de que se trate de mi ex novia queriéndome arrebatar el puesto. Y ni siquiera es por puesto mismo. Me da bronca que tan solo piense en hincharme las pelotas, a sabiendas de que muy posiblemente sea una pérdida de tiempo… ¿Y si gana? ¿Qué es lo que puede hacer? No la veo como alguien que pueda dirigir a todos aquí. Quizás a sus amigas sí, estas mujeres la consideran un gran referente… pero el resto la va a subestimar, la querrán manejar, tratarla de tonta.

Gustavo le reitera que no hay de qué preocuparse, que más allá de cierto apoyo femenino no habrá sorpresas. Los trabajadores de la sección de artículos electrónicos, electrodomésticos y muebles están unánimemente identificados con la gestión de Bernarbez. El sector disonante es el de Indumentaria, allí donde se agrupa la rama femenina de los trabajadores del Ejercito de Caridad. Pero afirma que, en general, se impondrá el voto por mantener las cosas como están.

Las suspicaces miradas de dos mujeres que se están sirviendo el desayuno, hacen que José y Gustavo paren la conversación. El último se dirige a hacer su trabajo. José se dispone a hacer lo mismo, pero es increpado “amistosamente” por Romina Martínez, una de las chicas que arduamente ha venido trabajando por posicionar la candidatura de Susana.

—Cuidado con lo que pueda pasar hoy.

—No voy a hacer nada para forzar ningún resultado a mi favor, si a eso te referís.

—Entiendo que no sos así. Sos un tipo respetuoso y limpio en estas cosas. Me refiero a que tal vez pensás que es un chiste que se presente Susana y estás dando por hecho que vas a ganar por mucha diferencia.
—No pienso que sea un chiste ni mucho menos, me estás confundiendo. Pero es bastante molesta esta situación de lidiar con una mujer como Susana, desafiándome en algo en lo que es inexperta. No quiero saber si su aventura esta de postularse como candidata a delegada fue una idea tan solo de ella, o alguien le estuvo picando la cabeza. ¡Lo que está claro es que su candidatura es para joderme!

—No es para joderte, pero bueno, veo que no aceptás otra justificación que esa. Es algo típico de los hombres, sabés, cuando ven que las mujeres les pisan los talones. Piensan que es personal, para joderlos, cuando lo que estamos haciendo con Susana es intentar que nosotras obtengamos más visibilidad en esta organización.

—¿Y no han obtenido suficiente durante mi gestión como delegado? ¿No consideran suficiente todo lo que les he dado? Yo soy delegado para todos: mujeres y hombres. Gracias a mí tienen una cocina, un lugar para sentarse y comer, un gimnasio, mejores condiciones laborales. Muchas cosas han obtenido los compañeros y compañeras gracias a que me he dedicado a ello día y noche durante todos estos dieciséis años.

—Nadie niega que vos trabajaste denodadamente para mejorar las condiciones en las que trabajamos. Y sí, agradezco mucho la cocina y el gimnasio. Sin embargo, la plata cada vez alcanza menos y este año el aumento del sueldo no fue muy redituable. Te estás anquilosando ya,  embriagado por los logros que mencionás y que te adjudicás vos como tuyos solamente, como si el resto de los que trabajamos aquí fuéramos no más que un dibujo o una masa sin cerebro.  Es momento ya de afinar las mejoras y de exigir mayores aumentos salariales y, en lo particular, avances para las mujeres. Con Susana como delegada, en cambio, las mujeres en este lugar -que no somos pocas- seremos mejor escuchadas en nuestras demandas, cosa que no sucede con vos. Tu gestión fue buena, pero hoy está estancada. Respecto al machismo imperante y al menosprecio hacia nosotras, poco o nada se ha hecho, y no veo que tengas voluntad para torcer esa realidad.

Susana entra al comedor y el diálogo se corta para desgracia de Romina, inspirada por los textos de Nancy Fraser que últimamente ha venido estudiando en sus esfuerzos por rendir Política y Sociedad en la Universidad donde está matriculada, y en la que avanza lo que le permiten avanzar sus obligaciones laborales, y para fortuna de José, a quien ya le estaba doliendo la cabeza de escuchar la perorata reformista.

El delegado mira a su ex novia y se saludan. Predomina el respeto mutuo aunque la tensión existe y puede cortarse con un cuchillo en el aire. Un intercambio cordial de palabras, y José se queda quieto mirándola mientras ella va a servirse unas galletas y un café. La relación terminó hace dos años pero, al parecer, su amor por ella sigue en pie y, sobre todo, su culpa por haber boicoteado lo que bien pudo ser su última parada para asirse a algo cercano, aunque sea lejanamente cercano, a la felicidad.


jueves, 8 de diciembre de 2016

Otaria Flavescens

Autor: Carlos Mora

Mi llegada a Valdivia, Chile, no fue un acto premeditado. Una casualidad en el camino que pronto me convenció de quedarme, pues si bien al principio instalarme no fue fácil, la ciudad cumplía un requisito que busqué siempre en muchas otras partes: me hacía sentir lo suficientemente lejos. Valía la pena quedarme aquí por lo menos un tiempo, buscar algo que hacer y esperar algunas experiencias. Yo no conocía a nadie aquí (y a decir verdad tampoco en la ciudad que había dejado hace ya varios años). Mi búsqueda de un taller de poesía/literatura o un trabajo, se redujo poco a poco a largas caminatas por la Riviera del río Calle-Calle que bordea un sector hasta topar con su delta, que lo une con los otros dos ríos que circundan la ciudad. Mientras andaba fumaba casi compulsivamente. Después leía, a veces en una banca y cuando lo hacía en mi cama durante casi toda la noche fumaba aún más.

Conseguí en una casa de huéspedes una buhardilla barata que pagaba con el dinero de una renta que se me depositaba una vez por mes. Mi (casi) hogar se encontraba cerca del centro, bastaba caminar hasta el fondo de la calle y tomar unos escalones para encontrarme en una popular vía del primer cuadrante.

Valdivia es la segunda ciudad más antigua de Chile, mantiene una fuerte presencia Alemana debido a la colonización de 1845, la cerveza es buena y los germanos se sienten como en casa debido al clima y paisajes similares. Aparte de los atractivos turísticos el lugar es más bien sereno y ordenado. Una de las peculiaridades son los lobos marinos que se acercan a las calles, toman el sol a orillas del río y la gente, al menos los lugareños, parecen no inmutarse. Según escuché a un chileno decir: ellos estaban aquí antes que nosotros, ¿para qué molestarlos? Algunas veces las aglomeraciones son mayores, o algún empedernido se interna más de lo que debería en lo profundo de las calles y es cuando intervienen los carabineros (policía local). Los turistas son los más entusiastas a este respecto, forman círculos alrededor de algunos, toman fotografías, ríen. En mi calidad de viandante observé un día a un hombre, posiblemente estadounidense, jactarse de intrépido mientras se acercaba a un ejemplar enorme que acababa de emerger del agua. Su familia aguardaba unos pasos atrás para fotografiar el suceso hasta que el león, que como me enteré después era bien conocido por los locales y hasta tenía un apodo, lanzó un rugido sepulcral que ahuyentó de dos pasos al turista. Los pinnípedos son animales muy sociales pero supongamos que éste no había pasado un buen día. Imaginé cuál sería el alcance de una mordida proveniente de tan colosal mandíbula. Me levanté en el acto. Observé por última vez al león y mientras lo hacía, del agua gélida surgieron otros tres. Encendí un cigarro y perfilé hacia mi casa.

En la noche, acostado junto a unos poemas de Neruda, evoqué la escena que presencié en la tarde, solté un soplido a manera de risa (hace años que no tengo carcajadas), me dejé ir en el hipnótico ascender del humo hasta el techo y empecé a quedarme dormido. Mi sueño fue de lo más raro. Me veía a mí, sumergido en el río hasta el cuello, mi cabeza era capaz de tener una vista completa de la ciudad, una ciudad que ahora parecía vacía y gris. Desde el malecón me sacaban fotografías pero sólo atinaba a ver los flashes, aturdido me dejaba caer al río, la corriente me llevaba. Desperté.

Cuando me disponía a tomar mi desayuno escuché el embrollo en el exterior de la casa, esto aclaró el porqué de la atmósfera incómoda y vacía que sentí al poner un pie en la cocina comunal. Los inquilinos observaban por las ventanas algo que yo no podía ver a través de sus cabezas, abrí la puerta para descubrir un león marino en nuestro jardín. Era enorme, posiblemente el doble de grande que el que amedrentó al turista. Incluso pensé en una morsa. Calle abajo se divisaban grupos de gente afuera de sus casas alrededor de más leones. Había confusión, no era normal que llegaran tan lejos. Otros grababan o tenían el móvil pegado a la oreja. Llamaban a los carabineros para alertarlos. Algunos, como yo, comenzamos a albergar, resignados, un mal presentimiento. Ahora más que nunca sentía la necesidad de dar mi paseo.

En el centro los bomberos y policía no eran suficientes, escuadrones portaban redes, los camiones los empujaban con agua de vuelta al río o al menos hasta un perímetro seguro. La gente se agolpaba en las ventanas, expectante. Les habían pedido no salir, a mí me pidieron regresar a casa, abstenerme de salir y esperar más noticias. La lógica dictaba que las cosas empeorarían y así fue. A media tarde en la radio ya anunciaban algunos muertos, leones y personas. Como si hubieran tenido una encarnizada batalla. Varios comenzaron a dejar sus casas. Yo esperé, yo siempre aguardo hasta que las situaciones son insostenibles.

La casa de huéspedes donde moraba estaba casi vacía. Salí a la calle a pesar de las sugerencias, lo hice, he de confesar, con algo de miedo. El aire cortaba como una espada hecha de hielo, algunos autos en la calle habían quedado varados con las puertas abiertas. Ningún auto puede pasar sobre un león marino de una tonelada, al menos ningún auto chileno. Pronto supe lo que tendría que hacer. Hice una pequeña maleta y resolví marcharme hacia el bosque siempre verde. Subí tierra adentro con la esperanza de encontrar una cabaña abandonada por el tiempo y por los leones. Cuando estuve lejos, en lo alto, dediqué una última mirada a la ciudad. Los pinnípedos se contaban por millares y seguían uniéndose más desde el río; del otro lado, una columna de gente abandonaba la ciudad por la carretera. Las gaviotas y pelícanos revoloteados formaban una densa nube, de las que sueltan trombas horribles y los graznidos y rugidos eran los truenos que sonorizaban la colonización.

Pasó mucho tiempo hasta que me sentí capaz de regresar. Una vez que lo hice volvió a ser cotidiano. Todo está lleno de deyecciones, las señales de la calle tienen óxido, las casas, usualmente hechas de madera se han pintado de verde por el moho. Cuando paso, los leones me observan, indiferentes. Hoy, mientras estaba sentado en una banca, un grupo de leones formó una media luna alrededor de mí, me miraban con curiosidad, ladeando sus cabezas. Creo que vi a uno golpear sus aletas delanteras, ¿fue eso un aplauso? Me levanté y regresé al bosque.

lunes, 10 de octubre de 2016

Muelle 1


Autor: Carlos Alberto Duayhe Villaseñor 

Vaya octubre

A Luis González de Alba y René Avilés Fabila

Si el 2 de octubre se resiste a la espiral inevitable de la desmemoria colectiva la respuesta misma está en muchos de sus participantes, directos e indirectos, que honran el profundo cambio que significa en la vida democrática de México, ese día.

Entre quienes contribuyeron de forma decidida a tan profundos cambios en la cultura y la política nacional brillan dos escritores, periodistas y catedráticos del más alto rango: Luis González de Alba y René Avilés Fabila, fallecidos respectivamente el 2 y el 9 de este, otra vez referido, octubre.

Tuve la oportunidad de conocer a ambos a finales de la década de los 70 cuando se fundó el diario Unomásuno. Puedo decir que fueron amigos infrecuentes aunque nunca dejaron de existir como maestros de las letras y el conocimiento sin ambages y espléndidos en compartir vida, sabiduría y pese a las distancias y destinos, amistad.

Alguna vez en los noventas encontré a Luis en calles céntricas de Coatzacoalcos. Cuando nos reconocimos le pregunté qué hacía en ese gran puerto tan lejano de su hábitat y sin mayor desparpajo y a carcajadas me respondió: “…en busca de un marinero griego”. Antes de despedirnos recuerdo que comentó otra vez sonriente que había pasado por varios planteles escolares y luego de dar un sorbo a un helado de nanche, soltó: “…todas las escuelas desde las primarias hasta la universidad huelen igual, a lápiz”.

René fue generoso y amigo de los amigos inquebrantable. Ejemplo de ello fueron Patricia Zama, Marco Aurelio Carballo, Fernando Macías Cué. Abrió las páginas de su revista El Búho a jóvenes y veteranos, escritores y artistas plásticos, sin mayores trámites, muchos le adeudan siempre gratitud, como su alumnos en las aulas de la UNAM y la UAM.

Hace un par de años le solicité publicar un cuento de mi autoría. Lo hizo en el Búho. Luego un diálogo en el Facebook:

—René: con profunda emoción y agradecimiento a ti ¡ya me publicaste el cuento Camelia! Abrazo amigo querido, siempre con afecto.

—No me digas nada, todo se lo debes a tu talento para escribir buena prosa. Un abrazo.

Y en su cumpleaños en noviembre anterior: 

—René, espero que hoy sea la fecha de tu cumpleaños. De cualquier forma muchas felicitaciones no sólo por la academia, la literatura, el periodismo, la edición, la lucha intensa por una nación de verdad mejor e intensa, democrática por más todavía de esto que es parte esencial de ti, tu calidad única y tu enorme amistad.

—Te mando como siempre todo mi afecto, Carlos.

Esta misma semana René escribió en la revista Siempre esto de Luis. Queda como testimonio de estos dos enormes mexicanos:

…Luis era un hombre de espíritu fuerte, valiente, un intelectual comprometido, dispuesto a tolerar la pluralidad pero no a rehuir la discusión. Luchó por la verdad: peleó con los suyos y los ajenos, desnudó a dos mitos, Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis. Tampoco cayó en las trampas que son Ayotzinapa, el “festín de las balas” que ahora se llama “2 de octubre no se olvida”, y jamás dejó de ser revolucionario en un país que así como antes fue priista hoy cree en patrañas llamadas de “izquierda” como el PRD, ahora aliado del PAN, y de Morena, el partido de un solo hombre, López Obrador. Fue impiadoso con sus rivales, pero nunca dejó de ser certero. No le importaron los reproches de internet, la “venganza de la gleba”. Pero la vida carecía de sentido: ¿para que luchar? Pienso que optó, como tantos otros seres sensibles, por la muerte voluntaria. El suicidio. La precisión me llegó a través de un camarada, Joel Ortega, y entendí la grandeza de Luis González de Alba, luchador social y hombre de amplia y polémica cultura”.

Vaya octubre.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Crónica Tibu

Fotografía: Luis Jiménez Chargoy
Autor: Giovanni Duayhe

La gama de tonos verde esmeralda, bandera y limón de la densa vegetación, ya varios kilómetros antes de llegar; los árboles de mango y el acento de los oriundos; una o dos pausas para ir al baño y el calor húmedo apenas bajar del coche te hace saber que has ingresado al sotavento veracruzano. La reventa comienza desde ahí, desde las casetas de peaje —¿les hace falta boleto?—. “Hoy el calor le pesará al visitante”, intenta uno autocomplacerse.

El “Pirata”, impecable, como siempre. O al menos, emocionante y alegre. El duelo directo por el descenso agrega un ingrediente especial al juego, y aunque no es un visitante que despierte una rivalidad considerable (Morelia), sí es un partido de más de 3 puntos.

La afición pasa a ocupar sus asientos: de todas las edades, géneros, clases sociales… Lo mismo la chica fresita del Fraccionamiento Reforma acompañada de sus hermanos, que los integrantes de la porra desde Río Medio, la “Pochota” y las colonias de la parte norte del Puerto. Sí hay un sentido de pertenencia vertido sobre este tradicional equipo.

Hugo Cid no tiene la culpa. Yerra un pase a los 20 segundos de iniciado el juego, y el futbol es cruel. La practicidad implacable del “Ojitos” Meza le da una lección al novato Marini, y en seguida cobra el error del futbolista escualo. El robo de balón se convierte en un centro y la potencia de Ruidíaz —esa potencia de la que carece el Veracruz— manda el balón a las redes. Apenas se estaban sirviendo las cervezas.

¿Cómo afrontar 90 minutos de juego por delante, después de ese error? Tristemente, los abucheos no se hacen esperar cada vez que el mediocampista toca el balón. Gaby Peñalba intenta calmar al equipo, estabilizarlo, y también al público, pero el marcador adverso de manera tan rápida marca el rumbo del resto del encuentro. O más bien la empecinada alineación de Pablo Marini.

Pudieron haber sido 5 goles de Morelia, fácilmente. Veracruz pudo haber marcado también 1 o 2 goles más. A la postre, el partido culminaría 1-3.

Para mala suerte de Marini, la cuantiosa porra de los tiburones ocupa la misma cabecera de donde desembocan los túneles que conectan cancha con vestidores. Durante gran parte del segundo tiempo, porra y afición guardan sus vasos para el final del encuentro.

Altivo —y vaya que al jarocho si algo le castra, es la pedantería— con ese paso de quien se aferra a un concepto, cruza en diagonal la cancha para dirigirse al túnel inflable, previsto para la protección de jugadores.

Los pocos granaderos, que como no queriendo se abocan a protegerlo con sus escudos, apenas logran contener la cascada de vasos y el raudal de líquidos. Con ese andar introspectivo, como presidiario dispuesto a cumplir su condena, el D.T. pagó soberbiamente la pegajosa venganza del aficionado. Hoy no cumplió, y la vox populi, algunas veces tiene la razón: ¡fuera, fuera!

El “Ojitos”, por su parte, fue saludado por la afición.

domingo, 18 de septiembre de 2016

Para documentar el optimismo: fragmentos de “Elogio de las pasiones débiles” y otros relatos extraños


Larregui o la melancolía 

“…fue entristeciéndose. Tal vez por un gusto recóndito, por lo general inconfesable, se entregó a la melancolía, en última instancia tal vez al deseo de querer morir lo más pronto posible (y no entiendo por qué uno no puede o no ‘debe’ querer morir lo más pronto posible si se le da la ‘desolada gana’, como dice el poeta Miguel Hernández, de ‘morirse’). Pienso que se fue cansando de todo… menos, creo, es una creencia, de sus amigos. Una ‘pasión triste’ lo fue ocupando (y tampoco veo por qué deben criticarse o combatirse las pasiones tristes)… Hasta sus sonrisas parecían tristes, como arrancadas de un fondo impenetrable, como si fuera una concesión...”


Viva la alegría. Muera la alegría 

“…prototipo de ‘pasión débil’. Algo así como ese hombre al que se refiere Bobbio como siendo su ideal: el hombre manso. Esa mansedumbre que paradojalmente es la forma más honda de resistir esta modernidad técnica que está destruyendo el mundo y a nosotros con el mundo. Las ‘pasiones alegres’ nos están llevando alegremente al fin. Muchos de esos ‘sabios’ que ‘no piensan en la muerte’, según las palabras de Spinoza, están convirtiendo al mundo en un infierno”. 


Los inescrutables caminos del editor 

“Un buen día, y vaya a saber por qué, se le dio por editar libros, y editó –como debiera ser– unos pocos libros. Tal vez los editó para darnos el gusto a algunos amigos, tal vez pensando que ganaría algunos pesos… Quién sabe por qué, en ese punto incognoscible donde se decide hacer algo, alguien decide editar libros….” 


Más vale posmo que pre-moderno 

“Así fue. Paideia cerró y a los libros se los llevó (a nuestros amados libros) una librería de viejos de Buenos Aires (siempre el ‘puerto’ llevándose todo lo que puede). Y en el local de nuestras pasiones (débiles y fuertes) hoy se venden electrodomésticos”. 


Colofón 

Llegué a casa de la familia de Nico, que es un brother argentino. Llegué con ese güey. Me iba a presentar a su familia. Bajamos los dos del auto. Lo seguí. A la mitad del camino, se detiene de golpe, como si fuera un ademán calculado, y con mueca nerviosa e irónica confiesa: “No, boludo, no van a entender nada”. Regresé al auto. Y pensé en Cortázar, que decía que los mexicanos son seres extraños. “A güevo”.

sábado, 3 de septiembre de 2016

La adoración o el miedo

Autor: Ramsés Ramírez Azcoitia

Su piel tibia y erizada, los músculos tersos y un escalofrío en todo su cuerpo,

la mirada buscando explicaciones en las esquinas, sometidas al interrogatorio de la desesperanza.

¿Adónde, si no es ahí, es donde acabamos? Su mirada interroga hasta el llanto,
hasta las lágrimas, que esta vez brillan, sosteniendo el horizonte en vilo, en filo,
asesino, extendiendo una sutil capa de vidrio sobre el mundo ¿Adónde? Se pregunta.

No resistiendo más los cuerpos silenciosos
dejan sentir su inminencia,
una voz traidora te consuela con engaños, deformación de la piedad y los óleos:

—Los cuerpos más bellos los bañamos con cera, materia noble, casa de la flama.

Y sus ojos se vuelven opacos, casa sin llama, ríe solo y a oscuras, juntando las palmas en rezo y continúa tras el vidrio sin romperlo
con la piel aún tibia y erizada.

Dors en paix… dors en paix… dors en paix.

martes, 16 de agosto de 2016

Cantinflas o el populismo o síganme los buenos


Arsinoé Orihuela

El diccionario de la Real Academia Española define “cantinflear” como la disposición de “hablar o actuar de forma disparatada e incongruente y sin decir nada con sustancia”. Luego de discutir durante una suma generosa de años el concepto de “populismo”, en esas gélidas aulas destinadas a la instrucción de la Ciencia Política, uno llega a desarrollar una noción más o menos empíricamente exacta de eso que –con absoluta justicia para un comediante cuyo sello fue la acrobacia verbal sin contenido– se conoce como “cantinfleo”. En fin, después de esa “suma generosa de años” de insoportable inanición conceptual, juzgué urgente contribuir a enterrar una de esas palabras falsarias que algunos usan como "arma arrojadiza” y otros elevan a rango de categoría conceptual. Tengo certeza que no son pocos los que padecen el fastidio de la “cantaleta populista”. Por eso extiendo la invitación para participar del cortejo fúnebre de “populismo”. Síganme los buenos. 

Es difícil rastrear el origen de la palabra “populismo”, acaso tan difícil como llegar a un consenso acerca de su significado, por eso es que acá se arguye que no es propiamente un concepto, porque no connota ni denota nada preciso (que teóricamente es la precondición de un “concepto”). Etimológicamente refiere al “pueblo”, que es otra de esas palabras ambiguas. Algunos sitúan el primer acto de la idea de “populismo” en el período de la última república romana, que se usaba para designar a esos líderes populares que se oponían a la aristocracia tradicional. Otros afirman que la palabra apareció en el siglo XIX, en Estados Unidos y Rusia, simultáneamente, pero con significados diferentes. Ese registro geográfico e histórico es más o menos irrelevante, acaso porque se trata de un pseudoconcepto irrelevante para la discusión política. 

El léxico político es polivalente por naturaleza. Eso es cierto. Pero precisamente por eso habría que apostar a minimizar el efecto (siempre rentable para los sofistas) de la inflación palabraria. “Populismo” es una de esas palabras residuales e inútiles. Y no sólo por su vaguedad e imprecisión, sino también, y acaso más profundamente, por el uso intencionadamente ideológico (y perverso) que otorgan sus más conspicuos vociferantes. 

Acerca de la definición de “populismo”, no hay un acuerdo sobre qué es, y se esgrimen todas las prenociones que al emisor en cuestión se le ocurren: que es una ideología o un estilo o una estrategia, o bien, que puede ser discursivo o político o moral. 

Unos dicen que es nativista porque construye la noción de “pueblo” con base en la exclusión de los otros. Pero esa característica excluiría a Hugo Chávez, que –según la doxa de baja estofa– es el “populista” por excelencia, porque su proyecto político (bolivarianismo) apunta a la integración de los múltiples pueblos de la región por oposición al aislacionismo. 

Otros dicen que se trata de una actitud de polarización que involucra a una élite minoritaria y un pueblo mayoritario. Pero esa situación no es el resultado de un discurso o de algún decreto unipersonal: la asimetría socioeconómica es una situación objetiva. No es accidental que en todo el mundo se extendiera la consigna de “Somos el 99% (de la población) que tiene razones para estar indignada con el 1% (que son los ricos y poderosos)”. La desigualdad no es una ocurrencia de un líder caprichoso. La polarización es empíricamente real. 

No pocos señalan que el “populismo” es una forma de hacer política que carece de contenidos programáticos y que es compatible con una variedad de estructuras estatales. Hasta Cantinflas se asombra: “Tons, como quien dice… ¿Cómo dice que me dijo que dijo?” En realidad, tranquilamente podríamos reemplazar “populismo” por “partido político”. En el presente, las organizaciones partidarias son cheques en blanco sin programa, que una vez que consiguen conquistar el poder público se ponen al servicio de las agendas de los grupos económicos que definen los contenidos de la política. 

Los liberales más adoctrinados a menudo afirman que el “populismo” es una construcción maniquea de un “ellos” y un “nosotros”. Pero toda la historia del occidente moderno se basa en un maniqueísmo político e ideológico. Es amplio el inventario de antinomias supersticiosas de la modernidad: universalismo-particularismo, occidente-oriente, público-privado, desarrollo-subdesarrollo, ciencia-filosofía, cristianismo-islamismo, autoritarismo-democracia, etc. Todos los gobernantes en Estados Unidos sin excepción, invocan el trillado “choque de civilizaciones” (que se remonta a una presunta lucha entre un mundo cristiano civilizado y un mundo árabe bárbaro) para generar un clima de consenso domésticamente. Otros dirigentes políticos, que según los “teóricos del populismo” no figuran en el “círculo populista”, como Felipe Calderón Hinojosa (el señor de los casquillos), recurren a la misma fórmula maniquea del “ellos” y “nosotros”, y nadie nunca lo acusó de populista. En 2011 dijo: “Hacer acopio de fuerza, enfrentar y dominar el mal. Los mexicanos de bien estamos en el mismo bando y por eso no podemos dividirnos sino apostar a la unidad…” 

Los simpatizantes de eso que genéricamente se conoce como “populismo”, pero que francamente nadie sabe qué significa, arguyen que se trata de la construcción de un sujeto político en momentos de crisis institucional. Pero eso es una obviedad. Los sujetos políticos se construyen muy a menudo al margen de la institucionalidad y en respuesta a la crisis institucional. Se llama organización social de base. Que esa situación la capitalice favorable o desfavorablemente algún líder político es consustancial a los procedimientos rutinarios de la representatividad. Por añadidura, la construcción de un sujeto político auténtico es necesariamente de clase, no de pueblo. Lo políticamente fundamental es la especificidad de la ruta hacia la conquista del poder político por una clase social. Pero la noción de “populismo” hace abstracción de eso, y sus panegiristas optimistas sugieren, con rusticidad teórica, que es llanamente una “forma” de articulación política. 

Eso que llaman “crisis institucional” es una perogrullada. La institucionalidad, especialmente en América Latina, es una mera formalidad. En una región históricamente desahuciada en ese renglón, la política nunca se dirimió allí. En Latinoamérica no alcanzó una materialidad acabada la noción de citoyen, esa abstracción depositaria de garantías o derechos que es la precondición de eso que llaman las “instituciones democráticas”, ni ninguna de esas otras quimeras liberales que incluso en sus matrices geográficas occidentales carecen de valor u operatividad en el presente. 

Los coléricos maldicientes del “populismo”, que tampoco saben bien qué significa, sostienen que ese “incivil comportamiento” es una desviación de las coordenadas demo-liberales, que transgrede los equilibrios institucionales de una “democracia sana”. Pero insanos son los desatinos de esos liberales equilibristas que presumen neutralidad, acaso encantados con el misticismo de la rancia modernidad. Esos desatinos son tributarios de una interpretación adulterada de Hobbes. No entendieron que la prescripción institucional hobbesiana no aspira al momento democrático, sino al momento de la autoridad, que es exactamente lo opuesto. Hobbes no prescribió la democracia; prescribió un artificio de obediencia: el Estado. La condición de posibilidad de la democracia está en el desequilibrio. Y eso no se llama populismo: se llama desobediencia civil. Y poca o ninguna relación tiene con los gobiernos. La democracia en clave liberal existe sólo bajo el conjuro de la simulación. Y esa simulación es el equilibrio que exalta el anti-populista. 

Que el populismo puede ser de derecha o de izquierda, en eso coinciden casi todos. Y que, por lo tanto, no responde a ninguna ideología y depende de los valores contra los que se alza. Acá uno puede pensar en Donald Trump, por aclamación acusado de populista, y cuyo discurso se basa en decir exactamente lo opuesto a lo que diría cualquier líder político del establishment tradicional (no a las minorías o al libre mercado o al injerencismo estadunidense; sí al uso extendido de armas de fuego o al fortalecimiento del mercado interno o a los muros aislacionistas etc.). Sin embargo, casi todos omiten que ese remedo de “oposición” emerge desde una posición de privilegio (Trump es rico e influyente), y eso es lo políticamente fundamental. El Diccionario de la Real Academia Española define “demagogia” como una “degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder”. ¡Trump es un demagogo! Punto. 

La discusión sobre el populismo sólo podía florecer en las miasmas mortuorias de una disciplina como la ciencia política, que siempre se ocupó de las formas y nunca de los contenidos sustantivos de la política, que por cierto es una actitud típicamente anti-científica. 

Esos que desde la derecha asisten al epíteto de “populismo” tienen el propósito de enarbolar una consigna peyorativa que desautorice a algún contrincante con aprobación popular. Es básicamente un ardid lingüístico despreciativo sin valor explicatorio. 

Esos que desde la izquierda empuñan el “populismo”, involuntariamente reproducen el preconcepto de la derecha, sin atinar tampoco en la explicación de la cosa política. En Estados Unidos recientemente cobró fuerza una discusión (principalmente entre la comunidad afrodescendiente) acerca de eso que genuinamente define a la negritud en ese país. En ese ejercicio los afroamericanos descubrieron que muchos rasgos o comportamientos que otrora consideraron propios, en realidad eran prejuicios que los blancos cultivaron históricamente y que los negros se apropiaron con el tiempo, creyendo que eran naturales o representativos de su cultura. El “populismo” es ese prejuicio que cierta izquierda se apropia y eleva a rango de programa político. 

El populismo es un relato ideológico que tiene nula importancia teórica, política e histórica. Es una acrobacia verborréica, una telaraña autorreferencial, fuente de discusiones acaloradas pero absolutamente fútiles que desembocan en enredos metapolíticos inescrutables. “¡Ahí está el detalle! –dice Cantinflas–. Que no es ni lo uno, ni lo otro, sino todo lo contrario”