domingo, 24 de abril de 2016

Otra copa para el aire


Autor: Bruno Darío


No sé bien lo que hacer cuando mi antojo es brindar por la vida


Si mirar a los ojos vítreos de los bordes y las siluetas

o o o si deberían los míos multiplicarse por infinito


Si mirar un muro
o luna
o cemento

Me abordan los mil sentidos de la planta

Todo es un refugio secreto.

jueves, 21 de abril de 2016

Necaxa


Autor: Giovanni Duayhe
Foto: Sebastián Rivera

La noche del 11 de octubre de 2009, el presidente Felipe Calderón disolvía Luz y Fuerza del Centro. Lo hacía mediante la fuerza, con argumentos de rentabilidad. “Aquellas cosas que deberían determinarse por medio de otros criterios se deciden en términos de eficiencia o de análisis «coste-beneficio» […] que encierran cálculos grotescos, asignando una valoración en dólares a la vida humana”, escribió Charles Taylor, filósofo canadiense. 

Sin embargo, los costos de LFC casi duplicaban sus ingresos por ventas. 

Ochenta y seis años antes, se fundaba el Club Necaxa, conformado por los obreros de Luz y Fuerza del Centro. Su nombre lo tomaba del río Necaxa, cuya presa provee aún de energía eléctrica al Valle de México. 

De ahí en adelante, una historia de triunfos acompañada de descensos a segunda división, mas con el suficiente legado como para alardear ser el equipo de la “Década de los 90s”. Pocos clubes se jactan de recolectar los suficientes éxitos como para marcar una época: Chivas, 60s; Cruz Azul, 70s; América, 80s. La década del 2000 tal vez esté compartida entre Toluca y Pachuca. 

¿Quién le va al Necaxa? Tu hermano, Andrés y Ángel. Nacidos entre el 84 y el 86, e identificables a priori. Eso fue lo que dejó, en la actualidad, la racha ganadora del equipo en la década subsecuente: diseminados antiguos aficionados a un club, expatriados después del último descenso. 

Ahora el equipo se encuentra en Aguascalientes. Tienen un buen proyecto, un lindo estadio, y probablemente regresen pronto a primera división. 

Se puede visitar el edifico del Sindicato Mexicano de Electricistas en la Cd. de México, en la esquina de Antonio Caso e Insurgentes. Andar por sus pasillos es como andar en cualquier otro burocrático edificio funcionalista, y de repente, "El retrato a la burguesía". Una obra del arte moderno mexicano, ahí, plasmada en el cubo de las escaleras. 

Algo descuidada, pero con esos intensos tonos rojos de la piroxilina, invención –según él- de Siqueiros. Aplica también otros conceptos, une planos desiguales, superficies cóncavas o convexas, techos con paredes, eliminando los ángulos de las escaleras donde se encuentra la pintura. 

Dice la crítica mexicana que Pollock le debe a Siqueiros la técnica del action painting y el dripping. Lo que sí es un hecho, es que fue su alumno en el Siqueiros Experimental Workshop, que el muralista impartía en Estados Unidos. 

Buen detalle de Siqueiros a los miembros del Sindicato. 

Aunque nada mejor que la imagen del equipo entero de Veracruz en close-up, cacheteando a Julio Furch, en la celebración del primero de sus dos goles en la final contra Necaxa del miércoles pasado.

viernes, 15 de abril de 2016

Un rostro severo


Autor: Anónimo

Su rostro ostentaba una severidad que no correspondía con su carácter. Acaso fuera por aquella barba profusa y oscura, casi teñida; o por esa manera de exhalar humo constantemente, incinerando con premura un cigarrillo tras otro, rayando en lo compulsivo. Casi tan compulsivo como aquel chasquido, sutil pero recurrente, que emitía al tronar la lengua contra sus dientes en un intento de calmar su ansiedad existencial. 

Se encontraba sentado en la misma mesa de siempre, con las mismas provisiones de siempre: un café humeante y un cenicero repleto de cigarrillos consumidos hasta el filtro. Con manos trémulas —algo habitual en él— sostenía un periódico local, perdiendo su mirada entre las páginas. Casi nada podía abstraerlo de aquella empresa, ni siquiera el ajetreo casi caótico que provocaban los meseros —disfrazados con gorra y mandil— al atender el resto de las mesas. 

Era un hombre solitario, bastante cercano al ostracismo. La ciudad no le era ajena, había pasado en ella los últimos cinco años de su vida a pesar de que, en un inicio, se había planteado vivir ahí por un par de meses. Distintas circunstancias provocaron que su estancia se alargara por tiempo indefinido, sin embargo constantemente maquinaba el plan que le permitiera escapar. 

Cuando un mesero pasó a su lado lo detuvo y, sin mirarlo, con voz hueca dijo: 

—Oye, tráeme otro cafecito —seguido por el metódico chasquido. 

El mesero, un joven alto y delgado —casi esquelético— lo miró durante tres largos segundos, para después emitir una sonrisa sardónica que dejaba al descubierto una dentadura amarillenta y dispareja. Se retiró para llegar pocos minutos después con el café entre las manos. Lo depositó cuidadosamente en la mesa e inquirió: 

—¿Qué noticias hay? 

—No mucho —respondió él, escuetamente y sin verlo, para reanudar el tronido perenne. 

El mesero, sin prestar demasiada atención a la respuesta, se alejó en silencio, cargando con su débil osamenta. 

Mientras encendía otro cigarrillo intentó seguir leyendo el periódico, pero su mente ahora se encontraba dispersa y, por más que lo intentó, no logró concentrar su atención en la lectura. Desistió y comenzó a divagar sobre su situación, un tanto desesperada: deudas adquiridas que sería incapaz de pagar algún día; fantasmas femeninos que desfilaban frente a él y, aunque en realidad estos no parecían tener mucha importancia, por momentos su mente se ensañaba con estos recuerdos lejanos; una salud frágil que por etapas le provocaba quedarse en cama días enteros. Sin embargo, y muy a pesar de todo esto, lo afrontaba y asumía con la pasividad de una res. No se obstinaba en encontrar alguna solución, probablemente porque no la había, o al menos, ésta se encontraba muy lejos de su alcance. 

Mientras meditaba todo esto, rumiando con parsimonia su panorama, sintió la presencia de un cuerpo a sus espaldas. Miró de reojo. Era un cuerpo soso pero bastante abultado que portaba un mandil, acompañado de una gorra que adornaba una cara adusta; una vieja cara conocida. Era el Gerente General del establecimiento, que, sin dar tiempo para cualquier otra acción, y con un dejo de desdén, dijo: 

—¡Carajo, cabrón! ¿Qué no piensas trabajar hoy? 

Él lo miro desde atrás de su barba. Luego, cuidadosamente dobló el periódico, sorbió el último trago del café, emitió un último chasquido seguido de un tenue suspiro de hartazgo y, con una displicencia macabra, se puso en pie lentamente; se dirigió a la parte trasera de la barra, tomó una gorra que colocó desprolijamente en su rala cabellera, se ató el mandil y con la mirada perdida y la abulia de un moribundo, comenzó a atender a los clientes que aceleradamente se congregaban en el café. 

Era martes.

martes, 5 de abril de 2016

El último priista romántico


Autor: Giovanni Duayhe Zilli

En los albores de la democracia, Tocqueville apuntó que la literatura se transformaría. En su afán homogeneizador, en la exaltación de la igualdad, la nueva forma de organización social la iría privando poco a poco de personajes exóticos, singulares, libres. 

En democracia no hay escuderos o navegantes o exploradores o promesas eternas de enamorados de quienes escribir historias. Hay abogados, contadores, economistas, políticos, ingenieros. El gran tema de la escuela francesa realista-naturalista, que se extendió todo el siglo XIX y entrado el siglo XX: la burguesía. Tal como lo anticipó. 

No hablo de peñabots, o de las juventudes priistas, o de estudiantes de derecho. Tampoco del “nuevo PRI”, ni de los Tecnócratas, ni de los Díaz Ordaz, ni el de los cacicazgos regionales. Cuando escuchas hablar a Camilo González, columnista de los diarios Notiver y Diario de Xalapa, sus palabras no pueden dejar de evocar al PRI de Don Alfonso Reyes, el de la diplomacia, el de la cooperación latinoamericana, el del respeto a las formas, el de la disciplina partidaria. Tal vez al del Liberalismo Social. 

Eso que el PRD no acabó del todo por concretar y a lo que el PAN jamás podrá aspirar. 

En pleno siglo XXI, donde frases como “ser joven y ser priista es una contradicción hasta biológica” son ya innecesarias, es raro conocer a alguien que opte, ante la adversidad, por voltear a ver siempre las líneas fundacionales y los valores de un partido, poco llevados a la práctica. 

Que alguien escoja, ante lo innegable, ofrecer siempre la otra mejilla, con entusiasmo incansable, puede ser ingenuo, como lo es el romanticismo. 

Aprender de política mexicana, o sea del PRI, es un camino interminable. Discernir los mecanismos, interpretar los símbolos, identificar el porqué de las formas, muchas veces conducirá a equivocarse rotundamente ante una predicción. Una intuición que permite a quien la posee, sin embargo, entregar irresistibles relatos orales, como de novela noir mexicana. 

El partido heredero “de la Revolución”. De la primera revolución social del siglo XX en el mundo, antes que la bolchevique. La que dio origen a la Constitución de 1917, el documento más moderno que cualquier nación jamás proclamara como su Carta Magna: la tierra es de quien la trabaja. O sea, sí, que los campesinos serían propietarios, dueños, Señores. 

Si los artículos de la nacionalización de los recursos naturales, de la repartición de tierras, de la educación gratuita, laica, obligatoria, y del derecho al trabajo digno, vaticinaban una gran nación, lo cierto es que la poca voluntad de traducirlos en materia, disipó la sospecha de que la concesión a ideas tan liberales, hubiera sido solamente una negociación. 

Pacificar al país, implantar un régimen balanceado de poderes regionales, con la cohesión suficiente como para prevalecer en el tiempo, vía un partido, y la alineación plena al jefe en turno. Poco a poco, defensores de esos derechos fundamentales y oportunistas se irían matando. 

No deja de tener aspectos fascinantes, sin embargo, como la sucesión presidencial, enigma indescifrable de la Ciencia Política. Una mezcla de simpatía, rivalidad, continuidad, ruptura, negociaciones con las diversas corporaciones y entidades federativas, concesiones e imposiciones, de consenso, de que sea presidenciable –ante todo- de acaso permanecer seis años más como sea, pero con el pleno conocimiento de que los reflectores, en adelante, se habrán esfumado para siempre. 

Con todas esas cargas políticas y emocionales, en el otoño de cada sexenio, una decisión personal de la más alta prioridad nacional fue uno de los privilegios presidenciales más grandiosos. 

¿Por qué Colosio, o Zedillo, o Salinas, o de la Madrid? Salinas tuvo que atravesar dos veces el proceso. Primero, el inminente de cada presidente de cara a las elecciones. Luego, el de la contingencia, en plena elección. 

En un viaje a Chile, durante su juventud, los amigos Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo hicieron una promesa: que ambos serían presidentes de México. 

La decisión, el dedazo, como nos lo presenta Carlos Castañeda en ese gran libro “La Herencia: Arqueología de la Sucesión Presidencial” es fatigante. Mediante testimonios de los involucrados, se es espectador de una de las características más complejas del priismo. 

Para eso son los columnistas, para alentar la discusión política, para construirnos una ficción a partir de las funciones públicas, para mostrarnos, algunas veces por interpretación, otras por experimentación, cómo funcionan las tuberías del Estado, quién escribe qué y en donde, quién despacha en cuál dependencia y por qué y poder seguir construyendo este fascinante relato de la política mexicana contemporánea. Relato romántico, en C. G.