domingo, 3 de julio de 2016

Thomas Hobbes: Modernidad, orden y progreso

Autor: Maximiliano López

El pensamiento filosófico político de Thomas Hobbes a menudo está asociado a una visión pesimista de la humanidad, la política y la sociedad en la cual se desconfía del hombre y se precisa al Estado como un instrumento de vigilancia y opresión para mantenerlo a raya. Contrario a ello, es importante echar luz sobre el espíritu modernista que le ha motivado a constituir su teoría política. Un pensamiento representado en una narrativa severa que, no obstante, buscó dar sentido, orden y estabilidad al impulso y los deseos del hombre moderno en un periodo de incertidumbres y violencia como la modernidad temprana. Y que también sirve para comprender un presente en el cual el papel de la humanidad y del Estado debe ser reconsiderado frente al avance de intereses privados representados en sectores concentrados de la economía que ejercen una sombra cada vez más notoria sobre la soberanía política de las instituciones y poderes públicos.

Leviatán es la cristalización de la teoría de Hobbes sobre la política y el Estado. Fue una de las primeras obras de ciencia política. El contexto en el que sale a la luz, a mediados del siglo XVII, es beligerante; Europa recién salía de la Guerra de los Treinta Años, la estructura social, cultural y religiosa continental al igual que muchas de las certezas sobre las cuales giraba la vida y las instituciones de los europeos se encontraban en crisis. El feudalismo estaba muriendo y daba lugar a un nuevo escenario plagado de incertidumbres. La temprana modernidad tomaba forma, aparentemente, de una manera errática pero siguiendo el hilo rojo de la Historia que, recordando a Kant o a Hegel, se iba desarrollando y ordenando de acuerdo a la razón universal en el marco de los distintos momentos en los que ésta opera.

Si bien antes de Hobbes tenemos a Maquiavelo como teórico político de referencia en esta nueva época, lo cierto es que Thomas fue el primer cientista político que aplicó el método geométrico a la filosofía política. Sin desdeñar los estudios históricos y comparativos del florentino, el inglés se valió de los métodos científicos de la época. De la inspiración de Galileo Galilei para elaborar su teoría. Un pensamiento que buscaba dar certidumbre a la época, a los gobiernos, a los Estados y a la sociedad. Una paz que no mate las pasiones humanas. Un orden para el progreso humano. Para que este no se viera alterado por guerras religiosas o de diversa índole.

El pensamiento de un hombre moderno

Para estudiar al Estado, a Hobbes, siguiendo su método deductivo, le pareció imprescindible estudiar al hombre. Pues es una parte del Estado como creación humana. Y al objeto de estudio no se lo puede estudiar si primero las partes del mismo no son abordadas. Y aquí es cuando entramos a la base de su pensamiento modernista:

“La felicidad en esta vida no consiste en la serenidad de una mente satisfecha; porque no existe el finis ultimus (propósitos finales) ni el summum bonum (bien supremo) que hablan los libros de los viejos filósofos moralistas. Para un hombre, cuando su deseo ha alcanzado el fin, resulta la vida tan imposible como para otro cuyas sensaciones y fantasías están paralizadas. La felicidad es un continuo progreso de los deseos, de un objeto a otro, ya que la consecución del primero no es otra cosa sino un camino para realizar otro ulterior. La causa de ello es que el objeto de los deseos humanos no es gozar una vez solamente, y por un instante, sino asegurar para siempre la via del deseo futuro. Por consiguiente, las acciones voluntarias e inclinaciones de todos los hombres tienden no solamente a procurar, sino, también, a asegurar una vida feliz (…) De este modo, señalo como inclinación general de la humanidad entera, un perpetuo e incesante afán de poder, que cesa solamente con la muerte”.

Aquí tenemos a Thomas Hobbes pensando como un hombre moderno. Reconociendo la naturaleza cambiante de la humanidad como motor, en especial, de los cambios que se registraban en la Europa de ese entonces. Donde las viejas relaciones, ataduras y estructuras medievales enmohecidas, que legitimaban los “viejos filósofos moralistas”, estaban dando paso a nuevas formas de relaciones sociales, culturales, religiosas y económicas. El hombre o la mujer como seres ambiciosos. Que persiguen constantemente la felicidad. Cada fin o meta cumplida termina siendo un instrumento o un medio para asegurar una fase superior de esa felicidad o bienestar. O bien para asegurar esa misma felicidad conseguida con esfuerzo, astucia y pasión.

“La causa de esto no es siempre que un hombre espere un placer más intenso del que ha alcanzado; o que no llegue a satisfacerse como un moderado poder, sino que pueda asegurar su poderío y los fundamentos de su bienestar actual, adquiriendo otros nuevos (poderes y fundamentos de su bienestar)”.

Podemos ejemplificar este deseo humano irrefrenable cuando compramos algo que nos gusta mucho como, pongámosle, una computadora. Y para asegurar que no le pase nada a esa computadora nos hacemos de los elementos necesarios para cuidarla y darle mantenimiento así como también nos asesoramos para darle el cuidado suficiente o bien le pagamos a un tercero para que le de ese mantenimiento que por vagancia o falta de tiempo no podemos darle porque no quisimos o no pudimos asesorarnos y así va formándose una cadena de necesidades, medios y finalidades ad infinitum, que excede a la misma computadora que muere por inutilidad nuestra u obsolescencia programada y la reemplazamos por otra, hasta que nos morimos. O bien podemos citar al mismo Hobbes en una escala más amplia, y con un mejor ejemplo:

“De aquí se sigue que los reyes cuyo poder es grande, traten de asegurarlo en su país por medio de leyes, y en el exterior mediante guerras; logrando esto sobreviene un nuevo deseo: unas veces se anhela la fama derivada de una nueva conquista; otras, se desean placeres sensuales y fáciles, otras, la admiración o el deseo de ser adulado por la excelencia en algún arte o en otra habilidad de la mente”.

Un poder artificial (y colectivo) para moderar al poder natural (y particular)

Para Hobbes, el hombre se mueve por sus pasiones. Utiliza sus habilidades intelectuales y físicas para alcanzar lo que desea sea de la clase socioeconómica o religión que fuere. Quiere el bien. No obstante, esa búsqueda de satisfacción de sus pasiones puede transformar al hombre en el lobo de sí mismo y de todos los hombres. Pues más allá de que, por naturaleza, nazcamos libres, iguales y racionales, según Thomas, si nuestro afán de poder no está regido y atravesado por ciertos códigos producto del consenso general, podemos transformarnos en nuestro peor enemigo. La ambición y la libertad así como la igualdad con la que nace el hombre pueden resultar, en el estado de la naturaleza, en una vida tosca, corta y brutal. Podemos conseguir lo que queremos, pero en un ámbito en el que todo vale alguien nos puede pegar un tiro en la cabeza o matarnos de un hachazo en cualquier momento. Dando lugar a un estado de guerra permanente.

Ante esa posibilidad de caos, incertidumbre e inseguridad permanente es cuando el ser humano piensa que no puede perecer de una manera violenta e impredecible. Sabe, razona Hobbes, que para poder crecer y desarrollarse necesita de la paz y la protección de algo superior y de lo que debe formar parte para que esa paz, esa estabilidad y ese orden impida que alguien entre a su casa a los hachazos y lo asesine mientras está sentado frente a la computadora bajando música y fumando marihuana tranquilo en su cuarto o estudio solamente porque está en contra de que se baje música sin pagar, o bien, del consumo recreativo de drogas suaves.

Y por eso, para que ese impulso modernista que nos mueve hacia metas que se renuevan constantemente no termine dinamitando a la especie humana es que estamos dispuestos a pactar con otras personas. A renunciar un poco a esos impulsos y derechos infinitos para darle entidad a lo que conocemos como Estado. Una creación humana con la que damos un poder artificial a terceros. A representantes y a un soberano que gobiernen, gestionen y auditen asuntos públicos que nos incumben: la paz, la estabilidad, el orden y el bienestar necesarios para que podamos avanzar con nuestros deseos modernos en ese marco. Sin provocar conflictos o bien mantenerlos bajo cauce a través de los canales que ofrece tanto el sistema político como judicial conformado por instituciones y compuestos por representantes y funcionarios que actúan por esos representantes a los cuales cedemos una parte de nuestros derechos. Representantes que, entre todos, actúan en nombre de diferentes sectores, clases, pensamientos y visiones alrededor de la sociedad, la economía, la cultura y la religión. De un mundo artificial de autores, actores y cosas personificadas que es la sociedad civil.

La causa final de esta compleja obra que es constituir un Estado es el cuidado de la propia conservación humana y el logro de una vida armoniosa. Orden y progreso. Los imperativos modernos por excelencia que solo pueden darse con un poder político soberano que emerja del pueblo y controle el Estado en su representación. Un poder político como garante de un poder público que no sea sometido a intereses de privados, como decía Locke que debe ser. Sino que sea rector de estos sin que ello signifique la perdida de libertad sino todo lo contrario; que esa rectoría marque un camino de perfectibilidad para, como más tarde dijo Hegel, se vayan cimentando los elementos y condiciones para la cristalización de un Estado moderno en el que se incluyan todos los sectores, clases, pensamientos y visiones de una sociedad civil moderna y libre con los matices propios de esa sociedad y territorio en donde se erige. No exenta de conflictos ni problemas pero en la que estos se diriman de la forma que establezcan los códigos y leyes que surgen de la misma sociedad.

Ese poder mayor y artificial que reposa en el Estado, que es conferido desde una multitud por diferentes vías y medios que no son más que el reflejo, al igual que los representantes que resultan elegidos, de cómo esa sociedad se compone y resuelve sus problemas y dilemas, aun con sus elementos opresivos y de dominación, espejo también de una estructura social de clases determinada, que se cristaliza en su composición, es el mayor poder a través del cual la multitud así como los individuos que componen esa multitud pueden potenciar un cierto control sobre sus vidas. Eso fue valido en los tiempos en los cuales vivió Hobbes y escribió Leviatán así como sus otras obras de filosofía política, cuando de a poco la nueva sociedad iba surgiendo de las grietas y escombros que dejaba la estructura feudal y lo sigue siendo en la actualidad, más de trescientos años después con sus diferentes periodos reformistas, restauraciones conservadoras y revoluciones, en el capitalismo tardío, cuando vemos que ese Estado retrocedió muchos casilleros frente a intereses particulares. No los intereses particulares de todos nosotros sino los de unos pocos grupos de poder que, en la mayoría de los casos, terminan por hacerse del control del poder público para gobernar en pos de consolidar sus posiciones. Las cuales se expanden sobre el Estado y la soberanía política como una larga sombra que configura distorsionados patrones de desarrollo para el conjunto de personas que conforman las sociedades modernas.