El veedor llama a Susana
Olmos para que entre al cuarto oscuro a ejercer su voto. No tarda mucho en
efectuar el acto y sale del gimnasio con su sobre que luego deposita en la
urna. Acto seguido se reúne con sus compañeras de campaña para ir a almorzar.
La conversación nunca se repone y Bernarbez, resignado a seguir con esa
situación de confinamiento sentimental, conversa con los compañeros promotores
de la carrera atlética organizada por el sindicato. Uno es del gremio mientras
que quien lo acompaña es una mano de obra disponible alquilada por un compañero del gremio que no puede estar
presente, a cambio de cien pesos la hora para representarlo.
—¿Cómo piensa que irá la elección, don José? —pregunta el del
gremio.
—No sé, la verdad quiero que termine. No entiendo por qué hace esto.
Está todo bien con que se presente más de un candidato a ser delegado de los
compañeros, ¿pero justo tiene que ser ella? Y.. yo no soy intolerante, nunca lo
seré, cuestiono que haya un contendiente y que sea ella porque en primer lugar
hice mucho por los compañeros, y en segundo, yo a ella la amé mucho, yo no me
animé a dar el siguiente paso que ella me propuso en su momento y contribuí a que se terminara la relación. Jamás pensé que sus
sentimientos hacia mí derivarían en que ella se postulara para ganarme y
reemplazarme.
El muchacho del gremio, junto con el alquilado, se manifiestan
sorprendidos por las declaraciones del delegado. Si bien es vox populi la relación mantenida entre
Bernarbez y Olmos durante años, jamás habían escuchado antes una declaración
tal por parte del delegado del Ejército. Diego, el inscriptor del gremio,
intenta atinar a decir:
—Tenga ánimo, compañero, usted va a ganar por goleada.
José, hastiado y resignado ante el chupamedismo del joven, mira para
arriba y suspira: —qué se yo, pibe… ¿Les gustaron las empanadas? Sírvanse más
gaseosa, por favor —acercándoles una botella ya no tan fría.
En medio del proceso electoral en desarrollo surge el inconveniente
que la ficha de anotaciones del padrón están asistiendo a votar se quedó corta
en relación a la cantidad de electores. Las hojas no son suficientes. El
imprevisto toma por sorpresa a los veedores y todo el cuerpo presente del sindicato. El delegado se encuentra resolviendo una cuestión a la planta baja de la sede, Susana está comiendo en
el comedor y parece que a nadie presente se le ocurre una idea mejor que la de
contactar a alguien de la sede capital del sindicato para que traiga nuevas
planillas o improvisar unas nuevas con birome. El calor, las empanadas y el
refresco parecen haber amodorrado a los compañeros para actuar ante una
contingencia. Al compañero alquilado para inscribir a los otros compañeros
presentes a la carrera se le ocurre la idea de que, desde la seccional Capital
del sindicato, envíen por mail un archivo con el formato de planillas para
imprimirlas en el cyber más cercano.
Por suerte, el compañero del gremio sacó de su carpeta dos planillas vacías que
tenía guardadas de casualidad. Suficientes para que el sufragio pudiera
continuar.
Habiendo ya votado y almorzado
la mayoría de los trabajadores del lugar, la terraza va vaciándose de a poco.
Susana Olmos regresa. Su mano derecha, Romina, la recibe con una banana que,
cuando la contendiente toma asiento, se dispone a comer. Aparentan tranquilidad
sentadas a un lado de la mesa donde están los veedores, que esperan a la única
persona que queda por votar, el delegado José, quien se hace presente no sin
haber tardado unos minutos. Pasan diez segundos entre que ingresa y sale del
gimnasio reconvertido en cuarto oscuro y manda el sobre con el sufragio al
interior de la urna. Inmediatamente después de sufragar mira a Susana unos
segundos en forma condescendiente y pasa a dar la mano a los veedores del
sindicato para luego irse al comedor para hidratarse un poco. Todavía no comió
nada. Prefiere esperar a que pase el escrutinio y se comunique el resultado de
la votación para almorzar tranquilo, pase lo que pase. Si gana, todo seguirá
igual. Él, como delegado, administrando los recursos que caen desde arriba para
distribuirlos de la mejor forma posible de acuerdo a las posibilidades, como lo
viene haciendo desde una década y media. Defendiendo y negociando como nadie
allí la protección de los suyos ante los directivos del Ejército de Caridad.
Hay que ver cuánto saca Susana, se dice, mientras bebe un vaso de agua
azucarada. Dependiendo de ello se verá cuán empujado estará a negociar con las
fuerzas que su ex novia representa. En caso de que pierda, sería momento de
activar su plan maestro de contingencia. Quizás la iniciativa más osada en toda
su vida: irse al medio de la pampa seca a seguir trabajando para el sindicato y
el Ejército, pero lejos de todas las contradicciones afectivas y familiares que
lo asfixian. Cualquiera de los dos escenarios, por ende, le sentaría bien. Se
sentiría a gusto tanto siguiendo al frente de la delegación gremial como
alejándose del poder que supo conseguir, de su familia y del amor de su vida.
Veinte minutos más tarde, el delegado es avisado por Gustavo que el
conteo de los noventa y seis votos está a punto de finalizar. En la terraza sólo
quedan, además de los compañeros del sindicato por fuera del Ejército, José,
Gustavo, Susana y Romina.
Los nervios aumentan en lo que los veedores, únicos calificados para
contabilizar los votos, se encuentran en un extraño hermetismo representado en
el encierro al interior del gimnasio
para llevar a cabo el escrutinio.
Finalmente, los veedores salen. Uno de ellos comunica el resultado
final: José Bernarbez es reelecto una vez más como delegado gremial. Gustavo le
da unas cuantas palmadas en la espalda a su líder nuevamente plebiscitado por
las urnas. José no manifiesta entusiasmo pero agradece por compromiso las
felicitaciones de su mano derecha, los veedores y demás compañeros presentes en
el lugar. La desazón se apodera de Susana y sus colaboradoras. La lista
opositora seguirá siendo opositora o bien se desarticulará o se coaligará con
la triunfante. De todas maneras, los resultados han sido más parejos de lo
pensado. El compañero Bernarbez sólo superó a la compañera Olmos por ocho votos,
siendo que José obtuvo cincuenta y dos votos mientras que Susana, cuarenta y
cuatro. Jamás había tenido lugar antes, en el historial de elecciones para
delegados, un resultado así de parejo. Este escenario inédito e impensado abre
un panorama totalmente nuevo en la política gremial al interior de la
delegación y en la forma de relacionarse con el sindicato y con los directores
del Ejército de Caridad. Bernarbez y Olmos se verían obligados a formar una
especie de cohabitación que han venido negando para sus vidas privadas luego de
la separación. Una unión de fuerzas, una gran coalición para que la estabilidad
y progreso, cada vez más difícil de sostener en un contexto social y económico
negativo para la clase trabajadora en general, siga predominando entre los
compañeros.
Ni para Susana ni para José, que se saludan con respeto mutuo luego
de saberse el resultado y de sus respectivas reacciones y saludos con los
suyos, que se jugaban a todo o nada, se trata de una situación favorable o
pensada. El delegado consiguió retener su poder a costa de perder una gran parte
de apoyo que ha ido a parar a una nueva referente en la delegación. Esa
estrella brillante en un firmamento hasta hace un rato únicamente dominado por
José, si bien no llegó a ganar, sí sorprendió a propios y extraños, y se
transformó en alguien a ser considerado por el otrora poderoso delegado.
La situación no deja de ser surreal para José Bernarbez. No ha sido
este un día cualquiera en su vida. Se acaba de producir una integración total
de su vida privada y pública. Susana, su ex pareja, su gran amor que no pudo
soportar de tan grande que es porque amenazaba los cimientos mismos de su vida,
termina convirtiéndose en alguien ineludible en la construcción cotidiana de
poder a la que debe acudir José para legitimarse constantemente ante sus
compañeros como delegado. Ahora que se fueron todos de la terraza y el comedor,
tanto el ejército invasor de la ATECYD como Susana, Gustavo y el resto de los
compañeros, puede sentarse a comer tranquilo las empanadas que la cocinera, una mujer que hace cinco años trabaja
ahí gracias a él, desde que se abrió la cocina para los trabajadores del Ejercito
de Caridad, le guardó con detalle.
—Espero que le hayan gustado, señor. Le guardé de carne y de jamón y
queso, sus favoritas.
—Ha sido un gran detalle de su parte, doña Josefa. Le agradezco
mucho —contesta parco el delegado.
La cocinera le sirve un vaso de jugo de naranja y le dice que votó
por él. José vuelve a agradecerle y dice que no es necesario que le comente por
quien voto. Que la seguirá estimando igual y estando a su disposición cuando lo
necesite, haya votado por quien haya votado.
Bernarbez, en lo que termina de comer las empanadas, ve cómo se
esfuma su sueño de irse a vivir a La Pampa no sin lamento. Ahora ni siquiera
podrá seguir siendo todo como era antes ni de la forma que quisiera. Cada
decisión o detalle sobre la administración de recursos y la protección de los
compañeros deberá ser consultada especialmente con ella. Si perdía, aunque
fuera por poco, podría ya estar pensando en pedir su promoción hacia otra sede
del Ejército y en los preparativos para la mudanza. Propondría a su hijo irse
con él o quedarse y agarrar la plaza que deja, o pasarle una módica suma de
dinero para que vaya solventando los gastos de la casa en lo que se vende, etc.
Planes que ahora no tienen sentido. Adiós a la vista hacia la nada de La Pampa
seca y semipatagónica, al abrazo de un pretendido destino que al final, o por
el momento, no parece ser tal.
Su destino es su responsabilidad, al parecer, piensa mientras sale
del comedor. Su destino está
presente aquí y ahora, en el comedor que posibilitó, gracias a su talante como
líder y como servidor de poderes mayores dentro del sindicato y a la buena
coyuntura político-económica en el mundo sindical durante unos años, abrir en
la terraza del lugar de trabajo. Ahora los tiempos son distintos, pues cuenta
con un poder escaso y está obligado a cohabitar con una lista disidente.
También deberá administrar recursos más escasos. El margen de favores se achica
y habrá que hacer mucho con poco. Deberá proteger a los trabajadores en un
contexto desfavorable en el cual los mandos medios y altos del mundo
empresarial son más favorecidos en cuanto a facultades de negociación entre
capital y trabajo. La malaria económica, presente ya desde hace un tiempo en el
país, pareció pasarle factura al liderazgo de José. Quizás algo de razón tenía
la compañera Romina al endilgarle que su autoridad y sus logros están
erosionándose y que hace falta imprimir nuevos bríos a la gestión. Y qué mejor
que con la nueva coalición que tiene en mente constituir el reelecto por quinta
vez delegado.
Ese destino y esa responsabilidad, unidas según el razonamiento de José por los
tiempos recesivos que corren, le empujan, en el fondo a estar con Susana
también como única opción afectiva. A la posibilidad de integrarla a su vida
pública sin que ello ponga necesariamente en peligro su vida privada y
viceversa. A consagrarse ante ella como su gran amor. Aunque también pudiera
tornarse algo riesgoso. Sus ambiciones podían chocar y consumir, nuevamente, la
relación. La confirmación de un amor intenso pero fatal e imposible.
Lo de la ambición no sería un problema para José. Pues sigue harto
de su cargo y no tendría problema en darle el poder a quien sea en unos años.
O, al menos eso es lo que le dice a Gustavo, quien le pregunta cómo se siente
cuando sale del comedor y se lo encuentra en las escaleras hacia abajo.
—Al final mandaste cualquier verdura con tu pálpito sobre las
elecciones. Me lo disfrazaste de estudio serio, chanta —bromea Bernarbez.
—Perdón, José, realmente pensaba que vos ganarías por alto margen.
Pero los resultados me sorprendieron por completo. No esperaba que Susana fuera
a ganar tantos votos. Eso habla de que hay muchos alcahuetes que dicen apoyarte
pero luego van y te clavan un puñal en la espalda. A esos mejor ni tenerlos en cuenta.
Ya sabré quienes son.
—Ni te gastes, no hagas pavadas que pueden ser perjudiciales. Gané y
punto. No habrá caza de brujas ni ninguna ridiculez de esas contra quienes
votaron por Susana. Demostró ser una buena candidata y la respeto. Siempre la
respeté como persona, ahora la respeto como cuadro sindical también.
—Está bien, Bernarbez, simplemente me preocupa que haya tantos
compañeros que sean falsos. Falsos y morbosos. Porque el morbo sobre tu vida
privada y la de ella también jugó fuerte. Estoy seguro.
—Sean lo que sean, tendremos su apoyo cada día que esta organización
en donde trabajamos siga funcionando de una manera en la que nos sintamos
mínimamente beneficiados. Y todos queremos eso. Tanto los que votaron por
Susana como los que votaron por mí. La diferencia es que yo sigo siendo el
líder aquí y, por lo tanto, sigo teniendo la última palabra.
—Me consuela saber que sigas cómodo como delegado de todos nosotros.
Y que tu autoridad siga siendo tan firme cuando hablas de esa manera.
—No queda de otra, compañero Gustavo. No hay alternativa por el
momento —luego de saludarlo y quitárselo de encima para, de una vez, volver a su
trabajo, se pone jocoso y pregunta —¿Querés saber una cosa? ¿Vos querés saber
por quién voté?
—Vamos, José, no me vengas con chistes. Votaste por vos.
—No —responde—. Voté por Susana.