lunes, 15 de mayo de 2017

El delegado (Tercera y última entrega)

Autor: Maximiliano López

El veedor llama a Susana Olmos para que entre al cuarto oscuro a ejercer su voto. No tarda mucho en efectuar el acto y sale del gimnasio con su sobre que luego deposita en la urna. Acto seguido se reúne con sus compañeras de campaña para ir a almorzar. La conversación nunca se repone y Bernarbez, resignado a seguir con esa situación de confinamiento sentimental, conversa con los compañeros promotores de la carrera atlética organizada por el sindicato. Uno es del gremio mientras que quien lo acompaña es una mano de obra disponible alquilada por un compañero del gremio que no puede estar presente, a cambio de cien pesos la hora para representarlo.

—¿Cómo piensa que irá la elección, don José? —pregunta el del gremio.

—No sé, la verdad quiero que termine. No entiendo por qué hace esto. Está todo bien con que se presente más de un candidato a ser delegado de los compañeros, ¿pero justo tiene que ser ella? Y.. yo no soy intolerante, nunca lo seré, cuestiono que haya un contendiente y que sea ella porque en primer lugar hice mucho por los compañeros, y en segundo, yo a ella la amé mucho, yo no me animé a dar el siguiente paso que ella me propuso en su momento y contribuí a que se  terminara la relación. Jamás pensé que sus sentimientos hacia mí derivarían en que ella se postulara para ganarme y reemplazarme.

El muchacho del gremio, junto con el alquilado, se manifiestan sorprendidos por las declaraciones del delegado. Si bien es vox populi la relación mantenida entre Bernarbez y Olmos durante años, jamás habían escuchado antes una declaración tal por parte del delegado del Ejército. Diego, el inscriptor del gremio, intenta atinar a decir:

—Tenga ánimo, compañero, usted va a ganar por goleada.

José, hastiado y resignado ante el chupamedismo del joven, mira para arriba y suspira: —qué se yo, pibe… ¿Les gustaron las empanadas? Sírvanse más gaseosa, por favor —acercándoles una botella ya no tan fría.

En medio del proceso electoral en desarrollo surge el inconveniente que la ficha de anotaciones del padrón están asistiendo a votar se quedó corta en relación a la cantidad de electores. Las hojas no son suficientes. El imprevisto toma por sorpresa a los veedores y todo el cuerpo  presente del sindicato. El delegado se encuentra resolviendo una cuestión a la planta baja de la sede, Susana está comiendo en el comedor y parece que a nadie presente se le ocurre una idea mejor que la de contactar a alguien de la sede capital del sindicato para que traiga nuevas planillas o improvisar unas nuevas con birome. El calor, las empanadas y el refresco parecen haber amodorrado a los compañeros para actuar ante una contingencia. Al compañero alquilado para inscribir a los otros compañeros presentes a la carrera se le ocurre la idea de que, desde la seccional Capital del sindicato, envíen por mail un archivo con el formato de planillas para imprimirlas en el cyber más cercano. Por suerte, el compañero del gremio sacó de su carpeta dos planillas vacías que tenía guardadas de casualidad. Suficientes para que el sufragio pudiera continuar.

Habiendo ya votado y almorzado la mayoría de los trabajadores del lugar, la terraza va vaciándose de a poco. Susana Olmos regresa. Su mano derecha, Romina, la recibe con una banana que, cuando la contendiente toma asiento, se dispone a comer. Aparentan tranquilidad sentadas a un lado de la mesa donde están los veedores, que esperan a la única persona que queda por votar, el delegado José, quien se hace presente no sin haber tardado unos minutos. Pasan diez segundos entre que ingresa y sale del gimnasio reconvertido en cuarto oscuro y manda el sobre con el sufragio al interior de la urna. Inmediatamente después de sufragar mira a Susana unos segundos en forma condescendiente y pasa a dar la mano a los veedores del sindicato para luego irse al comedor para hidratarse un poco. Todavía no comió nada. Prefiere esperar a que pase el escrutinio y se comunique el resultado de la votación para almorzar tranquilo, pase lo que pase. Si gana, todo seguirá igual. Él, como delegado, administrando los recursos que caen desde arriba para distribuirlos de la mejor forma posible de acuerdo a las posibilidades, como lo viene haciendo desde una década y media. Defendiendo y negociando como nadie allí la protección de los suyos ante los directivos del Ejército de Caridad. Hay que ver cuánto saca Susana, se dice, mientras bebe un vaso de agua azucarada. Dependiendo de ello se verá cuán empujado estará a negociar con las fuerzas que su ex novia representa. En caso de que pierda, sería momento de activar su plan maestro de contingencia. Quizás la iniciativa más osada en toda su vida: irse al medio de la pampa seca a seguir trabajando para el sindicato y el Ejército, pero lejos de todas las contradicciones afectivas y familiares que lo asfixian. Cualquiera de los dos escenarios, por ende, le sentaría bien. Se sentiría a gusto tanto siguiendo al frente de la delegación gremial como alejándose del poder que supo conseguir, de su familia y del amor de su vida.

Veinte minutos más tarde, el delegado es avisado por Gustavo que el conteo de los noventa y seis votos está a punto de finalizar. En la terraza sólo quedan, además de los compañeros del sindicato por fuera del Ejército, José, Gustavo, Susana y Romina. Los nervios aumentan en lo que los veedores, únicos calificados para contabilizar los votos, se encuentran en un extraño hermetismo representado en el encierro al interior del gimnasio para llevar a cabo el escrutinio.

Finalmente, los veedores salen. Uno de ellos comunica el resultado final: José Bernarbez es reelecto una vez más como delegado gremial. Gustavo le da unas cuantas palmadas en la espalda a su líder nuevamente plebiscitado por las urnas. José no manifiesta entusiasmo pero agradece por compromiso las felicitaciones de su mano derecha, los veedores y demás compañeros presentes en el lugar. La desazón se apodera de Susana y sus colaboradoras. La lista opositora seguirá siendo opositora o bien se desarticulará o se coaligará con la triunfante. De todas maneras, los resultados han sido más parejos de lo pensado. El compañero Bernarbez sólo superó a la compañera Olmos por ocho votos, siendo que José obtuvo cincuenta y dos votos mientras que Susana, cuarenta y cuatro. Jamás había tenido lugar antes, en el historial de elecciones para delegados, un resultado así de parejo. Este escenario inédito e impensado abre un panorama totalmente nuevo en la política gremial al interior de la delegación y en la forma de relacionarse con el sindicato y con los directores del Ejército de Caridad. Bernarbez y Olmos se verían obligados a formar una especie de cohabitación que han venido negando para sus vidas privadas luego de la separación. Una unión de fuerzas, una gran coalición para que la estabilidad y progreso, cada vez más difícil de sostener en un contexto social y económico negativo para la clase trabajadora en general, siga predominando entre los compañeros.

Ni para Susana ni para José, que se saludan con respeto mutuo luego de saberse el resultado y de sus respectivas reacciones y saludos con los suyos, que se jugaban a todo o nada, se trata de una situación favorable o pensada. El delegado consiguió retener su poder a costa de perder una gran parte de apoyo que ha ido a parar a una nueva referente en la delegación. Esa estrella brillante en un firmamento hasta hace un rato únicamente dominado por José, si bien no llegó a ganar, sí sorprendió a propios y extraños, y se transformó en alguien a ser considerado por el otrora poderoso delegado.

La situación no deja de ser surreal para José Bernarbez. No ha sido este un día cualquiera en su vida. Se acaba de producir una integración total de su vida privada y pública. Susana, su ex pareja, su gran amor que no pudo soportar de tan grande que es porque amenazaba los cimientos mismos de su vida, termina convirtiéndose en alguien ineludible en la construcción cotidiana de poder a la que debe acudir José para legitimarse constantemente ante sus compañeros como delegado. Ahora que se fueron todos de la terraza y el comedor, tanto el ejército invasor de la ATECYD como Susana, Gustavo y el resto de los compañeros, puede sentarse a comer tranquilo las empanadas que la cocinera, una mujer que hace cinco años trabaja ahí gracias a él, desde que se abrió la cocina para los trabajadores del Ejercito de Caridad, le guardó con detalle.

—Espero que le hayan gustado, señor. Le guardé de carne y de jamón y queso, sus favoritas.

—Ha sido un gran detalle de su parte, doña Josefa. Le agradezco mucho —contesta parco el delegado.

La cocinera le sirve un vaso de jugo de naranja y le dice que votó por él. José vuelve a agradecerle y dice que no es necesario que le comente por quien voto. Que la seguirá estimando igual y estando a su disposición cuando lo necesite, haya votado por quien haya votado.

Bernarbez, en lo que termina de comer las empanadas, ve cómo se esfuma su sueño de irse a vivir a La Pampa no sin lamento. Ahora ni siquiera podrá seguir siendo todo como era antes ni de la forma que quisiera. Cada decisión o detalle sobre la administración de recursos y la protección de los compañeros deberá ser consultada especialmente con ella. Si perdía, aunque fuera por poco, podría ya estar pensando en pedir su promoción hacia otra sede del Ejército y en los preparativos para la mudanza. Propondría a su hijo irse con él o quedarse y agarrar la plaza que deja, o pasarle una módica suma de dinero para que vaya solventando los gastos de la casa en lo que se vende, etc. Planes que ahora no tienen sentido. Adiós a la vista hacia la nada de La Pampa seca y semipatagónica, al abrazo de un pretendido destino que al final, o por el momento, no parece ser tal.
Su destino es su responsabilidad, al parecer, piensa mientras sale del comedor. Su destino está presente aquí y ahora, en el comedor que posibilitó, gracias a su talante como líder y como servidor de poderes mayores dentro del sindicato y a la buena coyuntura político-económica en el mundo sindical durante unos años, abrir en la terraza del lugar de trabajo. Ahora los tiempos son distintos, pues cuenta con un poder escaso y está obligado a cohabitar con una lista disidente. También deberá administrar recursos más escasos. El margen de favores se achica y habrá que hacer mucho con poco. Deberá proteger a los trabajadores en un contexto desfavorable en el cual los mandos medios y altos del mundo empresarial son más favorecidos en cuanto a facultades de negociación entre capital y trabajo. La malaria económica, presente ya desde hace un tiempo en el país, pareció pasarle factura al liderazgo de José. Quizás algo de razón tenía la compañera Romina al endilgarle que su autoridad y sus logros están erosionándose y que hace falta imprimir nuevos bríos a la gestión. Y qué mejor que con la nueva coalición que tiene en mente constituir el reelecto por quinta vez delegado.

Ese destino y esa responsabilidad, unidas según el razonamiento de José por los tiempos recesivos que corren, le empujan, en el fondo a estar con Susana también como única opción afectiva. A la posibilidad de integrarla a su vida pública sin que ello ponga necesariamente en peligro su vida privada y viceversa. A consagrarse ante ella como su gran amor. Aunque también pudiera tornarse algo riesgoso. Sus ambiciones podían chocar y consumir, nuevamente, la relación. La confirmación de un amor intenso pero fatal e imposible.

Lo de la ambición no sería un problema para José. Pues sigue harto de su cargo y no tendría problema en darle el poder a quien sea en unos años. O, al menos eso es lo que le dice a Gustavo, quien le pregunta cómo se siente cuando sale del comedor y se lo encuentra en las escaleras hacia abajo.

—Al final mandaste cualquier verdura con tu pálpito sobre las elecciones. Me lo disfrazaste de estudio serio, chanta —bromea Bernarbez.

—Perdón, José, realmente pensaba que vos ganarías por alto margen. Pero los resultados me sorprendieron por completo. No esperaba que Susana fuera a ganar tantos votos. Eso habla de que hay muchos alcahuetes que dicen apoyarte pero luego van y te clavan un puñal en la espalda. A esos mejor ni tenerlos en cuenta. Ya sabré quienes son.

—Ni te gastes, no hagas pavadas que pueden ser perjudiciales. Gané y punto. No habrá caza de brujas ni ninguna ridiculez de esas contra quienes votaron por Susana. Demostró ser una buena candidata y la respeto. Siempre la respeté como persona, ahora la respeto como cuadro sindical también.

—Está bien, Bernarbez, simplemente me preocupa que haya tantos compañeros que sean falsos. Falsos y morbosos. Porque el morbo sobre tu vida privada y la de ella también jugó fuerte. Estoy seguro.

—Sean lo que sean, tendremos su apoyo cada día que esta organización en donde trabajamos siga funcionando de una manera en la que nos sintamos mínimamente beneficiados. Y todos queremos eso. Tanto los que votaron por Susana como los que votaron por mí. La diferencia es que yo sigo siendo el líder aquí y, por lo tanto, sigo teniendo la última palabra.

—Me consuela saber que sigas cómodo como delegado de todos nosotros. Y que tu autoridad siga siendo tan firme cuando hablas de esa manera.

—No queda de otra, compañero Gustavo. No hay alternativa por el momento —luego de saludarlo y quitárselo de encima para, de una vez, volver a su trabajo, se pone jocoso y pregunta —¿Querés saber una cosa? ¿Vos querés saber por quién voté?

—Vamos, José, no me vengas con chistes. Votaste por vos.


—No —responde—. Voté por Susana.

lunes, 8 de mayo de 2017

El delegado (Segunda entrega)

Autor: Maximiliano López


Mientras José realiza las labores propias del delegado, en uno de sus pocos momentos de tranquilidad y soledad, entre los reclamos y consultas de los trabajadores del Ejército, se pregunta cómo es que Susana, Susanita, osó postularse como candidata a delegada y disputarle su modesta parcela de poder en la gigantesca maquinaria sindical. ¿Qué fue lo que la llevó a la actual situación? Cavila, mientras revisa unas planillas con datos actualizados de la afiliación a la obra social de sus compañeros. Si alguna vez, concluye Bernarbez, se habló sobre la posibilidad de que Susana participara en política gremial, se habrá tratado sin dudas de un chiste, o al menos así lo entendió él. Jamás hubiera pensado, antes de saber que ella se presentaba como candidata a delegada, que podría hacer algo así.

—¿Será despecho? Hace dos años que no estamos más juntos —continúa reflexionando—. ¿Habrá esperado todo este tiempo para postularse? ¿Lo tenía todo preparado? Uno no sabe que esperar de las mujeres. ¡Y menos de alguien como Susana! Hasta donde yo sabía, no le interesaba la política gremial, lo que es más, la política en general. Evidentemente —piensa Bernarbez— esta situación en la que estamos envueltos, que le cuesta soltar, y a mí también claro, en la que es sencillamente imposible ir de lo idílico a lo material, ha sido un motor que la empujó a hacer cosas impensadas, como pretender arrebatarme el puesto de delegado.

 José, absorto en sus pensamientos obsesivos, buscando, una vez más, el porqué de la sorpresiva convicción de su ex pareja, de considerarse un potencial cuadro sindical, y llegando, una vez más también, a esa misma respuesta, siempre salida unilateralmente de su cabeza —jamás consultado con ella— infiere que el resentimiento puede llegar a ser muchas veces el motor que mueve al ser humano, a la Historia misma. ¿Pero hará Historia Susana siendo la primera delegada femenina entre los trabajadores del Ejercito de Caridad seccional Capital? José se encuentra cada vez más cercano a un nihilismo de “ya fue todo” que, parcialmente, es producto de su culpa eterna, de esa pulsión por arrojarse mierda en sus propias decisiones, como con su relación con Susana. Otro poco es por hartazgo.

Hartazgo hacia sus compañeros, ante todo, que del consenso que caracterizó a la delegación sindical, dan luz verde hacia su resquebrajamiento. Que este acuerdo no ha dado del todo magros resultados sino —según el propio punto de vista de Bernarbez, y se jugaba éste que de gran parte de los trabajadores del lugar también— todo lo contrario, que gracias a sus gestiones gozaban de beneficios que otras delegaciones del sindicato no cuentan. Pero así y todo, estos compañeros conceden que se geste una línea opositora a la autoridad que ejerce el actual delegado desde hace más de quince años. Esta dinámica política al interior del grupo de trabajadores comienza a ser interpretada por José, en sus pensamientos cada vez más intensos y paranoicos, como una señal de total desconsideración hacia sus esfuerzos. La gota que amenaza con rebasar el vaso de su paciencia y comprensión.

Para contar con compañeros así mejor no cuento con nadie —piensa el delegado, quien trata de llamarse a recato y tratar, a su modo, de entender que los tiempos cambian y la comunidad también. Pero que pese a esos cambios, como decía el general Perón, la comunidad debe estar organizada. Concluye que se está gestando en él la necesidad de una cohabitación entre sus sentimientos de hartazgo y desilusión con el mundo gremial y una esforzada apertura y empatía con la palpitación de cambio que parece estar tomando forma dentro del cuerpo de trabajadores del Ejército de caridad. Necesidad para poder comprender los cambios y discernir de una vez por todas cuál sería la mejor manera de fortalecer a la delegación, en caso que pase lo impensado.

—Si llega a ganar Susana, simplemente aceptaré las cosas como son y me haré a un lado. Ofreceré mi mano para ayudar y seguir sacando adelante a este lugar. O bien podría pedir que me transfieran a otro lado. Quizás esa sea mi mejor manera de ayudar en tal caso. No estaría nada mal empezar de cero en el Ejercito de Caridad de… no sé, Santa Rosa —piensa.

En ese maldito hartazgo, en ese cansancio de la vida cotidiana que lo aplasta, su hijo, su ex esposa, su ex pareja, el sindicato, sus jefes, sus compañeros, comienza sin embargo a abrírsele una vía de escape: sí, la posibilidad de irse a otro lugar, inhóspito y lejano, siempre, eso sí, bajo los mantos protectores del Sindicato y el Ejército. Está confiado en que los años de congraciamiento con el establishment de la ATECYD pueden mover montañas y que las autoridades accederían ante una tal petición.

De repente, la posibilidad de alquilar una casita en las afueras de esa ciudad, que tenga al menos una ventana mirando a la inmensidad del vacío pampeano o, en el mejor de los casos, un terrenito mirando a la vastedad de esa nada que presagia la hostilidad patagónica, se perfila como su sueño definitivo, su última morada en donde apostaría, al menos, encontrar algo cercano a un rudimentario y ascético bienestar.

Sumido José en el transitar de esta ensoñación inédita, alguien golpea a la puerta de su pequeña oficina, un ambiente que solía ser un baño. Quien golpea es Andrés, el encargado de coordinar a los trabajadores del sector de artículos electrónicos del Ejército de Caridad. Le avisa que han llegado los veedores. De un hondazo es bajado Bernárdez a la gris realidad, debe ahora facilitarles a los veedores del Sindicato la consecución de los preparativos del acto electoral. Algo empieza a cambiar en el delegado. O al menos, una intención antes inerte, ahora latente, de fugarse, comienza a expandirse por toda su mente y espíritu. Una revolución silenciosa también está teniendo lugar en él. No obstante, la dualidad entre el deber y el querer sigue en pie, atormentándolo segundo a segundo, erosionando su resistencia, su temple, su autoridad.

El lugar elegido para la adecuación de los veedores con las planillas, el padrón y la urna es el espacio comprendido entre la cocina-comedor y el gimnasio de los trabajadores de la sede Capital del Ejército de Caridad, en la vasta terraza de la edificación, a la luz abrasiva del sol de mediados de noviembre. La urna, exhibiendo el logotipo del sindicato, se dispone en dos mesas de plástico, junto con el padrón, conformado por cuatro hojas con la relación de los nombres y apellidos de cada trabajador del Ejército de Caridad afiliado a la organización.

Completa la composición un termo con agua hirviendo y un mate rebosante de yerba y azúcar, listo para ser tomado por uno u otro de los veedores. Éstos están sentados detrás de la mesa en dos sillas, de plástico también. Como último acto previo a la puesta en marcha de la votación, es habilitado el gimnasio como cuarto oscuro en el que el improvisado staff logístico para las elecciones, conformado por dos trabajadores del sector de electrodomésticos usados, acomoda las boletas de uno y otro candidato.

Junto con los observadores del proceso electoral, miembros de la seccional capital del sindicato, la organización también se hace presente a través de asistentes para exhortar a los trabajadores a inscribirse a la obra social y a la carrera anual de diez kilómetros que organiza la ATECYD, que lleva el nombre de quien es su secretario general desde hace ya tres décadas. Un hombre providencial del vasto universo sindical que, al igual que otros pro-hombres en ese mundo, vienen sobreviviendo a las transformaciones del Estado, la sociedad y el mercado no sin consolidar sus hegemonías. Y el culto a la personalidad es tan solo una de las herramientas de un mecanismo de resistencia orientado al fortalecimiento de un espacio de protección colectiva en el que los trabajadores, si bien no todos, encuentran cobijo. Y aceptan las reglas del juego con tal de detentar algo de la estabilidad que aún irradian los sindicatos a una fracción que cada vez representa menos a la totalidad de la clase trabajadora en la posmodernidad. Sumida, al menos en este país, en más de un cuarenta por ciento en la actividad económica informal y sin ningún leviatán sindical que la proteja en ese estado de la naturaleza.

A José le importa un bledo si el secretario general incurre o no en excesos, con tal de que se comparta al menos un porcentaje menor de ese bienestar del que se disfruta en la cúspide. Lo que se discute ahora es quien será aquélla o aquél que administre esa parcela de privilegio que el sindicato le asigna a la delegación gremial del Ejercito de Caridad sede Capital. Y José, a su pesar, tiene la mente puesta en ello, barajando decisiones y alternativas ante cualquiera de los dos escenarios posibles: la victoria o la derrota.

En medio de esa presencia importante del sindicato durante el proceso electoral, que sin lugar a dudas altera la vida cotidiana de los trabajadores, quienes de apoco van tomando presencia ya sea para votar, comer o viceversa, pues ya casi es la hora del almuerzo y empiezan a olerse las empanadas que con esmero y dedicación la cocinera prepara, Bernarbez siente que los ojos de la mayoría posan sobre su persona. La historia entre José y Susana es conocida por todas y todos allí. La gente del sindicato también está al tanto. Ese affaire es el condimento principal que le da a esta elección de delegado algo particular. Y es que no sólo se trata de una elección competitiva y democrática inédita, sino que, también, la vida pública y privada de los candidatos se entremezclan. El morbo se maneja silenciosamente entre los compañeros y compañeras por respeto a ambos. A José por ser la autoridad sindical en el lugar. Y a Susana por ser una figura con gran ascendiente o, al menos, el suficiente como para plantarse frente a su ex.

Los trabajadores, o la mayoría de ellos, sienten un profundo respeto hacia el delegado. Compañeros que hace rato o recientemente se incorporaron al trabajo que se realiza en el Ejercito de Caridad lo tienen como un protector. Casi todos le deben un favor. No es un respeto infundado en el temor. O quizás un poco, pero se trata posiblemente también de uno basado en la admiración y agradecimiento. Seguramente habrá quien lo deteste por alguna u otra razón particular o una medida implementada. Pero la valoración en general es positiva. Muchos de ellos han comenzado a trabajar en el Ejército gracias a él. Muchos han salido de algún apuro económico gracias a él. Puede hablarse de un costado paternalista, mesiánico y caudillesco del delegado. Que no es ni más ni menos que la reproducción, a una pequeña escala, de las prácticas sistemáticas en el sindicato desde arriba hacia abajo y del mundo sindical en general. Un modo en el cual se reproducen tanto beneficios laborales para todos los trabajadores agremiados como la hegemonía de quienes ostentan alguna posición de autoridad desde el secretario general hasta el delegado gremial.

La “plataforma” electoral de Bernarbez promete la continuidad, la reproducción de esa cultura política. En concordancia con la cosmovisión ortodoxa del sindicalismo a la que adhiere, no sin algunos reparos, José sugiere que su gestión es la mejor opción electoral. La única viable. Una suerte de There Is No Alternative manejada por el ala tory del sindicalismo nacional. Susana, por su parte, representa más o menos ese mismo modelo: no propone ningún cambio importante ni escapa a ese mantra. La ATECYD no es una organización sindical que se caracterice por contener en su interior a sectores disonantes, que cuestionen al liderazgo del secretario general o el estilo y la cultura político-sindical imperante, en la disputa por el poder. Sin embargo, alrededor de Susana está Romina, una reformista que aboga por la inclusión de al menos un par de puntos diferenciales y “combativos” en la agenda, como la necesidad de que haya apoyo psicológico para las compañeras y poner el baño de mujeres en mejores condiciones, así como por una mayor presión en la puja salarial.

La modesta expansión de derechos propuesta por elementos de la lista opositora encabezada por su ex mujer es vista por José como gasto innecesario de recursos ¿Una psicóloga presente en el lugar de trabajo? ¿Para qué? Si la obra social del sindicato cubre ese aspecto. Lo del baño de mujeres es discutible y negociable. Pero es de las pocas cosas negociables en una agenda inviable.

—Le deseo a Susana la mejor de las suertes si es que gana. Me gustaría que me acompañara en mi nueva vida en caso de que yo perdiera pero… bueno, ella ganaría y ocuparía mi lugar. Al final nos las terminamos arreglando para borrar toda posibilidad. Sólo puedo esperar que sea bien aconsejada y ofrecerme para ayudar, aunque sea a la distancia, en lo que pueda —piensa, mientras escucha discutir a Romina, su principal asesora, con un compañero del sector de muebles, mitad en chiste, mitad en serio. En ese momento aparece la contrincante del delegado y la tensión baja de nivel. José la mira pero luego evita cualquier contacto visual con ella hablando con alguna de las personas que hacen fila para votar. Nada de política, sólo cosas laborales y sindicales.

Mientras los agentes del Estado de Bienestar sindical se encargan de persuadir, inscribir y atender consultas de los trabajadores en torno a la obra social del sindicato y, en menor medida, avanza la inscripción a la carrera atlética, la votación comienza. También es la hora de la comida y la terraza del Ejército de Caridad reboza de gente. Todo transcurre con cierta armonía y distensión. José trata de controlar que todo suceda de esa manera. Ofrece empanadas a los veedores y a los asistentes de inscripción a la obra social y a la carrera del sindicato. Todos aceptan gustosos la comida del día acompañada de unas gaseosas.

En medio de todo el jolgorio de compañeros que hablan y bromean entre sí, y una cierta división que puede notarse entre las mujeres y los hombres respecto de sus preferencias electorales, los candidatos comienzan a conversar pues la tensión es insoportable. El dialogo se da de una forma tímida e inhibida. La última vez que hablaron fue cuando se hizo pública su candidatura a delegada gremial del Ejército de Caridad.

—Todavía no entiendo por qué te pusiste de candidata a delegada.

—Siento que puedo hacer cosas buenas por todos nosotros. Pero me parece que no lo comprendés y pensás que lo hago para molestarte.

—No digo que lo hagas por eso. Es un cargo que puede llegar a excederte, vos sabés bien, estuviste al lado mío y tenés más conocimiento que todos aquí sobre lo que exige el puesto, uno asume muchos compromisos y se siente permanentemente tironeado por varios intereses a la vez, no es un deporte defender a los trabajadores, darles la porción disponible de torta para repartir, procurar que sea la porción más grande posible y que deje satisfechos a todos o a una mayoría, atender reclamos puntuales de los compañeros, bancar las presiones del sindicato y de los patrones, en fin… mirá, debo decir que tu decisión sigue sin dejar de sorprenderme. Y que, si me ganas,  me gustaría ayudarte a pesar de mi falta de comprensión.

—Eso es lo que me gustaría, que me puedas ayudar si gano. Y si no lo hago, que me tengas en cuenta. Juntos podríamos hacer cosas grandiosas aquí. Y también para nuestra vida.

—No creo que sea bueno que volvamos, y menos en las circunstancias que proponés. Estás llevando todo a un extremo peligroso. Pretendés que de una u otra manera integremos nuestras vidas. Pero la verdad que no puedo. Yo quiero lo contrario. La verdad es que te sigo queriendo mucho, pero se me hace difícil verte, queriéndote de esta manera y no estar juntos. Sabés que no podemos estarlo porque mi vida es complicada. No quiero mezclarte en mi trabajo. Me gustaría que estés en otro lugar, pero no es así. La única manera que se me ocurre de dejarte tranquila a vos y estar tranquilo yo es separar mi vida de esta rutina yéndome de la ciudad. Trabajar en el Ejército de Caridad, pero de otra ciudad. La más lejana posible. Eso, en el caso que pierda esta elección.

—Bueno, yo te ofrezco que hagamos las paces, no te estoy hablando de volver, simplemente de que nos tengamos en cuenta en este ámbito y vos me decís que querés irte si llego a ganar la elección. Cosa que sabemos no sucederá. Parecés una persona sobria, parca y mesurada, José, pero a veces podés llegar a ser muy dramático.


—Me gustaría que vengas conmigo a ese lugar lejano, pero ganarías la elección en ese caso —le responde José, quien no tiene otra cosa mejor para decirle.