jueves, 26 de mayo de 2016

Givenchy llegó a Liverpool


Autor: Fernán González

Caminar el domingo de plaza es una actividad socialmente integrada al ADN mexicano —por lo menos desde el siglo XVII—; es un acto grupal de pavoneo donde a través de una marcha en círculos nos entregamos al auditorio como si fuéramos un concepto visual y a la vez nos dejamos enamorar por la retribución de los otros caminantes. Allí es donde históricamente criticamos el atuendo del otro para reflejar nuestra propia realidad aspiracional.

Y en la capital de Veracruz no hay punto más alto para dicho evento que la Plaza Américas, ese ubicuo no lugar que condensa todas las necesidades de ocio locales. Donde los hombres se juntan en manada en lo que la crítica social ha llamado un acto deshumanizante.

El exitoso autor Michael Pollan (La botánica del deseo, El dilema del omnívoro, In Defense of Food) piensa que somos humanos por que cocinamos, el mundo está de acuerdo. Yo pienso que somos humanos también porque nos vestimos y el mundo no siempre concuerda. Las más de las veces ni si quiera se atreven a discutir el tema:

Porque la moda les aterra.

Su propia y lucida noción de falta de estilo sartoria les apena, y con justa razón; pues el común se muestra interesado en presentarse preocupado por el bien del medio ambiente y aparecer como alguien presentable —de buen ver—, pero compran ropa en tiendas de moda-rápida como Zara y H&M con un gusto particular. Los males ecológicos y en derechos humanos que implican este tipo de comercios son casi tan ofensivos como la falta de belleza en sus mercancías.

Es cierto que la gran mayoría de la clase media universal nos vemos obligados a comprar en ellas como parte del rol esclavizador que nos queda del régimen económico:

Es parte intrínseca de nuestro carácter como compradores de bienes en un sistema de aspiraciones.

Pero dicha predisposición social no nos justifica el pecado de la ignorancia. Solamente se puede entender el horrible panorama de la moda local a través de la violencia.

Hoy, caminar en los domingos de plaza es un atentado agresivo a nuestra mirada. La falta de estilo personal nos acerca a los uniformes carcelarios necesarios para deshumanizar al castigado.

Las señoras bordadoras de buena familia en Coatepec, los finos talleres de zapatería en Naolinco y las boutiques de moda europea de antaño en el centro de Xalapa se han convertido en una burla.

El look manufacturado por un esclavo asiático, comprado en un outlet de McAllen Texas y usado para un viernes de blofeo con los amigos se ha posicionado rápidamente como el “outfit favorito” de nuestra ciudad.

Habrá quien quiera argumentar que el problema reside en el carácter de provincia, especialmente en la miseria económica que estamos sumidos, pero basta voltear los ojos a los impresionantes looks de caballero en Cuba, ese país tan castigado monetariamente con hombres casi pavorreales, de cejas depiladas, collares de caracol negro de La Habana y asombrosas “geometrías angulares” en sus cortes de pelo para tumbar dicho argumento.

Pienso también en los Dandies del Congo que idolatran la figura de Yohi Yamamoto o la nueva tropa de hombres Sihks en los barrios bajos de Estados Unidos que redefinen el uso del turbante como forma de protesta-social-elegante.

De vuelta en Plaza Américas el absurdo reinado de la costa oeste americana representado por los 4 titanes de Nueva York (y los outlets):

Ralph Lauren, Calvin Klein, Donna Karan y Tommy Hilfiger.

Encontró por primera vez, un primer rival serio en la carrera por dominar la psique del comprador masculino veracruzano.

Hace apenas escasos 6 meses que Liverpool comenzó a vender Givenchy para caballeros, esa aristocrática marca que yace como una de las joyas más importantes en el catálogo de tiendas de lujo LVMH que ha convertido a Bernard Arnault en el hombre más rico de Francia y el número 14 del mundo. Hablando de vendedores de ropa, solamente por debajo de Amancio Ortega, dueño de Inditex, madre de Zara, Bershka y demás favoritos de nuestra manada.

La diferencia en precios es exorbitante, una camiseta firmada por Riccardo Tisci para Givenchy puede costar 10 veces el precio de la copia que nos ofrecen las tiendas de moda rápida, una diferencia que supone sencillamente un pago justo y el cubrimiento de las obligaciones sociales para el trabajador. Una marca que celebra a sus “pequeñas manos” y se asegura de proveer una liquidación o pensión para ellas una vez que se tengan que separar. Un gesto mínimo pero que no pueden cubrir las ofertas de ropa más baratas que sin duda alguna funcionan gracias a los centros de esclavos modernos.

Y la belleza, la belleza de la ropa va incluso más allá del carácter moral de la prenda, sino que tiene que ver con la inclusión visual del concepto de tribu en los diseños de Tisci, quien volteo de cabeza a la marca del hijo del marqués de Givenchy para que dejara de concebirse como ese espacio confinado para idolatrar a Audrie Hepburn en Desayuno en Tiffany´s y pasara a ser ese lugar para invitar a que los hombres se conviertan en híbridos de guerreros Massai, cazadores del amazonas con perforaciones faciales o cholos con el cuerpo completamente tatuado.

Diametralmente alejado de la normalización a la que nos empujan las otras prendas.

Si Givenchy logra ser exitoso en nuestra región de la misma forma que lo ha logrado bajo el mando de Riccardo Tisci en la gran mayoría del mundo, entonces tal vez en esta región violenta podremos un día ver y leer de una aprehensión de un capo narcotraficante de alto nivel —tan sonada como la de la Barbie— en la que los delincuentes no estarán vestidos de Ralph Lauren, revelando un anhelo por ser “anglosajón, religioso y adinerado” sino en un look más fiel a nuestra realidad visual sincrónica. Un look que hable de la violencia que nos ataca en el día a día, y que ya es palpable incluso en el sosegado domingo de Plaza.

martes, 17 de mayo de 2016

Aldea Global


Autor: El Conde de Aburrá


Medellín, Colombia, 11 de septiembre de 2001 


Me lo contó una puta.

 “Ay, mijo… Los chinos son como las hormigas del mundo. Trabajan y ya, sin hacer ruido.”

Me lo contó una puta.



martes, 10 de mayo de 2016

Extractos de Cuba


Autor: Julio Maugham

Febrero 2015

Desde lo alto, sólo la inmensidad de la nada.

*

“La Revolución es una hermosa e indestructible realidad”. La Revolución, no me queda duda, lo es. Pero esa pared en donde estaba escrita esa frase es ahora fiel testigo de que sólo las ideas perduran, porque a la pobre de una carcajada la tirabas. Todo lo demás tiene la posibilidad de quedar en ruinas. Las ideas también, de hecho... Ahora dudo. “Hermosa e indestructible realidad”. Estúpidas palabras, estúpidas ideas, estúpida pared. Y no llevo ni media hora en este lugar.

*

La Ciudad de la Habana parece que se sostiene de los deseos de los que quieren que no se venga abajo y de las ganas de los que sí quieren que se venga abajo. Es un empate reñido, tendiendo a los tiempos extra y, tal vez, a los penales.

*

Uno de mis primos, H., pasó un verano en Cuba en un curso sobre publicidad, probablemente, o sobre lucha grecorromana especializada en tener como oponentes a osos pardos (invicto oníricamente, cabe señalar), poco probablemente. Da igual. Al regresar a Xalapa, trajo consigo los insumos necesarios para preparar una de las bebidas predilectas de los turistas en Cuba: el mojito. Éstos los encuentras fácilmente acá, pero el traerlos desde la isla le da a la bebida aquel dejo de nostalgia necesaria para armar un buen recuerdo. Pero sucedió que, en lugar de traer ron blanco, importó ron añejo. Más caro, de mejor calidad y hasta de más bonito ver, seguramente, pero no el ingrediente correcto.

Por los días de su regreso, en casa hicimos una comida de esas de los sábados, en donde la sobremesa llegaba a durar hasta la mañana del día siguiente. H., aún emocionado por su experiencia, nos quería preparar mojitos. Enseguida, R. se dio cuenta del detalle del ron añejo y se lo señaló, pero H., muy confiado en que hacía lo correcto, mezcló los ingredientes con tal destreza que nos hizo dudar a todos sobre cuál era el ron pertinente, pues al fin y al cabo el recién desembarcado era él y no nosotros. El resultado: un mojito con ron añejo, obviamente. No sabía mal, pero no era un mojito. Mejor dicho, sí, sabía mal. Pero lo bebimos y reímos de las ocurrencias de H.

Y recuerdo esto porque, por más increíble que suene, los mojitos de H. con ron añejo se extrañan. Varados voluntariamente en Varadero, decidimos salir a beber algo por la noche. No sabiendo que debíamos caminar más de lo que pensábamos y no encontrando ningún bar a la vista, después de deambular por casi media hora, le pedimos a una señora sentada en el porche de su casa con su hijo adolescente que nos dijera en dónde podíamos encontrar una cerveza, un daiquirí, un mojito. “Pues aquí cerca, a un par de cuadras, rumbo a la calle principal, está el ‘Compás Bar’, pero no es un lugar muy...”. El hijo esbozó una sonrisa, y no entendí por qué. La verdad, no escuché el final de la frase de la cubana. Lo único que me importaba después de nuestra caminata era que había un bar cerca, y que en él existía la posibilidad latente de un daiquirí, un mojito, una cerveza. Agradecimos y retrocedimos hacia la dirección que nos había señalado.

Poquito después dimos con el lugar. El “Compás Bar” es un remedo de bar y hace el mismo daño a tan nobles establecimientos como el “Kikín” Fonseca al futbol. Los daiquirís eran poco menos que veneno, y los mojitos, bueno, los mojitos de H. eran una delicia comparados con ellos. No me quedaron ganas de probar la cerveza, y en cuanto terminamos nuestros tragos, nos fuimos derrotados de regreso al cuarto que rentábamos.

Tal vez H. pasó por el “Compás Bar”, tal vez no, no lo sé. Pero el haber bebido aquel menjurje me hizo agradecer el haber probado algo peor que sus mojitos. H. no podía, no debía cargar con el factor de haberme dado el peor mojito de mi vida. Bien por H., es un buen tipo y hasta a la distancia tiene suerte.

martes, 3 de mayo de 2016

Club 1


“De no haber llegado en aquel punto a aquellos pueblecitos hospitalarios, el desastre habría sido completo, y ningún miembro de los blancos de la expedición habría podido abrigar esperanzas de regresar a México.” 

B. Traven

Autor: Albert Guardiola

—Bueno, si se tratara de eso, supongo que todos estaríamos igual, pero aquí nada más tú y yo estamos hablando de esto. Y no me malinterpretes. Quiero que quede muy claro: no entiendo absolutamente nada de lo que está pasando a nuestro alrededor, pero me queda claro que sigas aquí.

—¿Que siga aquí?— dijo Alets.

—Pues podrías andar de trotamundos, Palets… o leyendo algo que valga la pena. Qué te parece si lo intentas y así yo dejo para otro momento esto de enfrentarte a ti conmigo y a mí contigo. No tiene ningún sentido. Es como mirarse al espejo y ver a Woody Allen. Incluso, siendo él mismo.

—Zelig ¿no?, Carola.

—No trates de llevarme por tus caminos escabrosos. Sabemos muy bien que no nos llevan a nada.

Los tiempos de dios son perfectos, solamente que hasta ahora no ha tenido la delicadeza de invitarnos a su convite. Hemos sido presas de un dios macho, que no comparte con hembra o en cualquier caso, ni lecho. Una imagen de hombres que después de llegar a una tierra desconocida se aventuran a otra, y añoraron México por primera vez, porque al parecer nadie se había ido. Quizá sea parte de nuestra i(n)diosincrasia no saber llegar a México y conquistarlo y salir rumbo al otro lado y perderse en el camino y luego andar extrañando México, aunque fuera la Nueva España, pero andar extrañando aquel lugar al que llegaste y conquistaste y luego te fuiste y, casi muriéndote, te permite regresar.

—La verdad es que no puedo extrañar ningún lugar al que no he llegado y después, haberme ido. Dicen que todos esos “hubiera” no existen. Tampoco existiría la lógica.

—Definitivamente no puedo dejar de vivir aquí donde vivo, aunque en nuestra literatura sólo exista el ricañismo. Nada es ficción. Todo es real y ahí está la verdad de nuestros tiempos.

Regresa el tiempo. Le queda claro a ella que él siga ahí. A él no le queda claro lo escabroso del presente, o del camino, o del futuro que será pasado.

—Pues sabes muy bien que estoy aquí por ti. Pero también sabes que si no hubiera nacido nunca no hubiera tenido que conocerte, no habría crecido, ni comido, ni me habría desarrollado, ni estaría en el camino rumbo a la muerte del que, mexicanamente, el autoengaño me dice con claridad que tú me vas a sacar.

—Claro, te lo digo, me queda claro que sigas aquí.

—Tú actitud triunfalista no te va a llevar a ningún lugar lejos de mí. No pretendas nada. Los rotundos éxitos o los encantadores fracasos nos van ayudando poco a poco a desviar la mirada del mundo en el que vivimos y nos acercan al mundo dentro de nosotros en el que nadie conversa con el hombre que lleva dentro. Sí, es una alusión al hombre que supo verse al espejo y aprender la filantropía.

Mi papel de narrador me excluye de aclarar que no soy humano, ni existo; sólo soy un referente para demarcar el tiempo, para describir el espacio en el que, en total oscuridad, una frente a otra, se hablan dos personas.

—Déjate de mamadas— dice Carola.

—Tienes razón. Compré este revólver. Ni siquiera es un revólver. Es una escuadra. Aquí acaba todo.

Se escucha un sonido estruendoso. Sigue siendo lunes... por la tarde.