martes, 10 de mayo de 2016

Extractos de Cuba


Autor: Julio Maugham

Febrero 2015

Desde lo alto, sólo la inmensidad de la nada.

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“La Revolución es una hermosa e indestructible realidad”. La Revolución, no me queda duda, lo es. Pero esa pared en donde estaba escrita esa frase es ahora fiel testigo de que sólo las ideas perduran, porque a la pobre de una carcajada la tirabas. Todo lo demás tiene la posibilidad de quedar en ruinas. Las ideas también, de hecho... Ahora dudo. “Hermosa e indestructible realidad”. Estúpidas palabras, estúpidas ideas, estúpida pared. Y no llevo ni media hora en este lugar.

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La Ciudad de la Habana parece que se sostiene de los deseos de los que quieren que no se venga abajo y de las ganas de los que sí quieren que se venga abajo. Es un empate reñido, tendiendo a los tiempos extra y, tal vez, a los penales.

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Uno de mis primos, H., pasó un verano en Cuba en un curso sobre publicidad, probablemente, o sobre lucha grecorromana especializada en tener como oponentes a osos pardos (invicto oníricamente, cabe señalar), poco probablemente. Da igual. Al regresar a Xalapa, trajo consigo los insumos necesarios para preparar una de las bebidas predilectas de los turistas en Cuba: el mojito. Éstos los encuentras fácilmente acá, pero el traerlos desde la isla le da a la bebida aquel dejo de nostalgia necesaria para armar un buen recuerdo. Pero sucedió que, en lugar de traer ron blanco, importó ron añejo. Más caro, de mejor calidad y hasta de más bonito ver, seguramente, pero no el ingrediente correcto.

Por los días de su regreso, en casa hicimos una comida de esas de los sábados, en donde la sobremesa llegaba a durar hasta la mañana del día siguiente. H., aún emocionado por su experiencia, nos quería preparar mojitos. Enseguida, R. se dio cuenta del detalle del ron añejo y se lo señaló, pero H., muy confiado en que hacía lo correcto, mezcló los ingredientes con tal destreza que nos hizo dudar a todos sobre cuál era el ron pertinente, pues al fin y al cabo el recién desembarcado era él y no nosotros. El resultado: un mojito con ron añejo, obviamente. No sabía mal, pero no era un mojito. Mejor dicho, sí, sabía mal. Pero lo bebimos y reímos de las ocurrencias de H.

Y recuerdo esto porque, por más increíble que suene, los mojitos de H. con ron añejo se extrañan. Varados voluntariamente en Varadero, decidimos salir a beber algo por la noche. No sabiendo que debíamos caminar más de lo que pensábamos y no encontrando ningún bar a la vista, después de deambular por casi media hora, le pedimos a una señora sentada en el porche de su casa con su hijo adolescente que nos dijera en dónde podíamos encontrar una cerveza, un daiquirí, un mojito. “Pues aquí cerca, a un par de cuadras, rumbo a la calle principal, está el ‘Compás Bar’, pero no es un lugar muy...”. El hijo esbozó una sonrisa, y no entendí por qué. La verdad, no escuché el final de la frase de la cubana. Lo único que me importaba después de nuestra caminata era que había un bar cerca, y que en él existía la posibilidad latente de un daiquirí, un mojito, una cerveza. Agradecimos y retrocedimos hacia la dirección que nos había señalado.

Poquito después dimos con el lugar. El “Compás Bar” es un remedo de bar y hace el mismo daño a tan nobles establecimientos como el “Kikín” Fonseca al futbol. Los daiquirís eran poco menos que veneno, y los mojitos, bueno, los mojitos de H. eran una delicia comparados con ellos. No me quedaron ganas de probar la cerveza, y en cuanto terminamos nuestros tragos, nos fuimos derrotados de regreso al cuarto que rentábamos.

Tal vez H. pasó por el “Compás Bar”, tal vez no, no lo sé. Pero el haber bebido aquel menjurje me hizo agradecer el haber probado algo peor que sus mojitos. H. no podía, no debía cargar con el factor de haberme dado el peor mojito de mi vida. Bien por H., es un buen tipo y hasta a la distancia tiene suerte.

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