domingo, 18 de septiembre de 2016

Para documentar el optimismo: fragmentos de “Elogio de las pasiones débiles” y otros relatos extraños


Larregui o la melancolía 

“…fue entristeciéndose. Tal vez por un gusto recóndito, por lo general inconfesable, se entregó a la melancolía, en última instancia tal vez al deseo de querer morir lo más pronto posible (y no entiendo por qué uno no puede o no ‘debe’ querer morir lo más pronto posible si se le da la ‘desolada gana’, como dice el poeta Miguel Hernández, de ‘morirse’). Pienso que se fue cansando de todo… menos, creo, es una creencia, de sus amigos. Una ‘pasión triste’ lo fue ocupando (y tampoco veo por qué deben criticarse o combatirse las pasiones tristes)… Hasta sus sonrisas parecían tristes, como arrancadas de un fondo impenetrable, como si fuera una concesión...”


Viva la alegría. Muera la alegría 

“…prototipo de ‘pasión débil’. Algo así como ese hombre al que se refiere Bobbio como siendo su ideal: el hombre manso. Esa mansedumbre que paradojalmente es la forma más honda de resistir esta modernidad técnica que está destruyendo el mundo y a nosotros con el mundo. Las ‘pasiones alegres’ nos están llevando alegremente al fin. Muchos de esos ‘sabios’ que ‘no piensan en la muerte’, según las palabras de Spinoza, están convirtiendo al mundo en un infierno”. 


Los inescrutables caminos del editor 

“Un buen día, y vaya a saber por qué, se le dio por editar libros, y editó –como debiera ser– unos pocos libros. Tal vez los editó para darnos el gusto a algunos amigos, tal vez pensando que ganaría algunos pesos… Quién sabe por qué, en ese punto incognoscible donde se decide hacer algo, alguien decide editar libros….” 


Más vale posmo que pre-moderno 

“Así fue. Paideia cerró y a los libros se los llevó (a nuestros amados libros) una librería de viejos de Buenos Aires (siempre el ‘puerto’ llevándose todo lo que puede). Y en el local de nuestras pasiones (débiles y fuertes) hoy se venden electrodomésticos”. 


Colofón 

Llegué a casa de la familia de Nico, que es un brother argentino. Llegué con ese güey. Me iba a presentar a su familia. Bajamos los dos del auto. Lo seguí. A la mitad del camino, se detiene de golpe, como si fuera un ademán calculado, y con mueca nerviosa e irónica confiesa: “No, boludo, no van a entender nada”. Regresé al auto. Y pensé en Cortázar, que decía que los mexicanos son seres extraños. “A güevo”.

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