sábado, 4 de junio de 2016

Entre ocho y diez segundos


Autor: Giovanni Duayhe Zilli

En una pantalla se aprecia claramente un hombre que, envuelto en sus sábanas, se está masturbando.

Zoig congela la imagen con el control remoto. Está llevando a cabo una presentación al Comandante Teih, Jefe de la Misión del Desarrollo de la Especie Humana.

Éste se encuentra algo molesto, tanto con su equipo, como consigo mismo. No puede, sin embargo, esconder una genuina estupefacción. Ha estado escuchando la presentación del Jefe de Desarrollo Genético, Dr. Zoig, y del Jefe de Departamento Antropológico, el Dr. Keios.

—¡Pero qué es esto, Zoig, carajo!

—Bueno, señor —balbucea, estirándose el cuello de la camisa—, aparentemente, los seres humanos han reinterpretado el acto de procrear, de una finalidad reproductiva a una de mero esparcimiento.

—¿Qué dice? —increpó el Comandante a Zoig, esta vez más incrédulo que otra cosa, e intrigado, ahora sí, por la hasta hace unos momentos aburrida presentación de ambos jefes de departamento.

—Sí, vaya, imagínese usted por ejemplo que el presidente y su esposa no hubieran procreado solo ocho veces, las de sus ocho hijos, sino que lo hicieran cotidianamente, por diversión.

—No diga tonterías, Dr. por favor. ¡Y guarde el decoro Zoig, chingao!

—Sexo, señor —soltó el colega de Zoig, como para que no le cargaran tanto la mano—. Aparentemente, los humanos le han llamado a esto “sexo”.

—¿Sexo…?

El comandante puso su mano sobre su frente y luego de una pausa, continuó.

—Lo que no entiendo es ¡por qué les divierte coger, Dr., caramba!

—Bueno, resulta que los seres humanos tienen la capacidad de experimentar lo que se conoce como orgasmos.

Keios hizo una breve pausa, como esperando una reacción del Comandante.

—El orgasmo es —continuó- una especie de arrebato físico, mental y espiritual, de unos ocho y diez segundos de duración. Los hombres tienen solo uno, antes de dejar pasar un breve periodo de tiempo para poder experimentar otro. Las mujeres, por su parte, pueden tener múltiples, “aparentemente”.

—¿Y por qué está este hombre solo? —repuso el comandante.

—Bueno señor —retomó la palabra Zoig- lo que pasa es que los humanos desarrollaron también la capacidad de recrear fantasías sexuales en su mente para llegar al orgasmo por ellos mismos.

—O ellas mismas.

—¿Lo que me están diciendo —concluyó el comandante— es que el ser humano tiene la capacidad de abstraerse en un júbilo de placer físico, mental y espiritual, en el momento en que se le dé la gana —si las condiciones lo propician— esté solo o acompañado de una pareja? ¡Pero qué chingados pasó con este proyecto! Carajo, Zoig.

—Y eso es solo el principio, señor —prosiguió el Jefe de Departamento Genético—. Los seres humanos empezaron a tener sexo, como se muestra en esta otra pantalla, en la posición más práctica, en términos anatómicos.

De misionero, pensó Keios.

—Sin embargo, con el paso del tiempo, los humanos pues… cómo explico esto, se empezaron a aburrir del… misionero, ajá, como le llama el Dr. Keios.

—¿Entonces los humanos cogen en otras posiciones?

—Bueno, señor, en otras posiciones. Y en otras, digamos, combinaciones.

—¿Combinaciones, dices? —dijo frunciendo el ceño el comandante Teih.

En ese momento, las diversas pantallas del mostrador de la sala de juntas de la nave espacial que tripulaba el muy respetable Comandante Teih, empezaron a mostrar escenas del sexo entre seres humanos. Zoig y Keios explicaban y explicaban.

—Bueno —prosiguió alguno de los dos— hay diferentes posiciones entre hombre y mujer: misionero, de perrito, 69, en fin, hay catálogos de esto.

—Pero señor, no fue suficiente. Los humanos se aburrieron. Querían más, empujar los límites.

—Entonces empezaron a buscar diversas combinaciones: hombre con hombre, mujer con mujer, hombre que se vuelve mujer para tener relaciones con un hombre, o que se vuelve mujer para tener relaciones con una mujer.

—Hay también mujer que se vuelve hombre, pero con genitales de mujer. Y hay hombres que se vuelven mujeres con genitales de hombre, para coger hombres.

—Mujeres que con aditamentos se pueden coger a un hombre. Hombres que disfrutan ver que otro hombre tenga relaciones con su mujer.

—Hay a quienes les gustan gordas, o mayores, o más jóvenes que parecen aún más jóvenes.

—Sí bueno, y eso es lo legal —interrumpió Zoig.

El comandante detuvo en ese instante la presentación. Había escuchado suficiente.

—¿Me está diciendo, que esta raza que hemos creado, como un mero experimento, una simulación, ha, de hecho, superado a nuestra propia especie, una que hasta hace momentos era llamada supuestamente a ser perfecta? —preguntó el comandante.

—Bueno, algunos dirían que sí, que esa es una afirmación correcta, en efecto.

El comandante entró entonces en una meditación profunda. Sabía que estos dos eran unos meros desarrolladores, no eran culpables de lo que la evolución había escogido para los humanos.

En toda su misericordia, y demostrando ese liderazgo del que tanto se hablaba en las elites políticas de esta especie, intrigado y fascinado en su espíritu científico, reformista y aventurero, continuó la plática varias horas entrada la madrugada con los doctores, preguntando, intercambiando opiniones. Y éstos, con ademanes, con buen humor, haciendo imitaciones y mímicas, le compartían sus hipótesis, sus impresiones sobre esta sorpresiva especie que se les había asignado como proyecto de desarrollo.

Estas criaturas creativas, incansables, siempre obsesionadas con la idea del progreso.

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