viernes, 24 de junio de 2016

El arquitecto y la gárgola

Autor: Ramsés Ramírez Azcoitia

1

Se ve un hombre joven en la cornisa de un edificio.
No se sabe qué hace ahí. 

 A lo lejos otro hombre baja sus binoculares.

—Hermoso —dice,
el hombre parece una estatua.

Es una gárgola sobre la cornisa;
salta y extiende sus brazos,
planea y asciende hacia otro edificio
en un sólo movimiento ágil
y vuelve a parecer una gárgola.

Sorprendido
el rostro del que observa se aleja del vidrio,
viendo desaparecer el vaho de su aliento
y el reflejo de su gesto.
Se voltea y se dirige a Amado:

—¿Por qué no puede ver mi rostro?
¿O es que acaso la visión de una gárgola ha confirmado lo que temo?
¿Acaso me he vuelto un fantasma para mis propias visiones
y de pronto éstas han tomado el carácter, la forma y el peso de la realidad negándome la mía,
condenándome a la desaparición, como si yo fuera una creación sin atisbo de duda?

Mientras, la gárgola pensativa en su próximo salto, traza una sonrisa.

El hombre de los binoculares, jura haberla visto sonreír
jura que es humano, jura que la vio.
Su reflejo se desvanece
mientras pronuncia una última silaba
que lo lleva a diferentes pensamientos.
Ordena quitar todas las gárgolas de la ciudad.


2

El ventanal deja entrar una luz blanca al mediodía.
Por fuera,
el edificio de forma y dimensiones piramidales
reluce como una estrella en el espacio,
una constelación que se muestra a navegantes que le rendirán culto en sus fábulas,
lejos a millones de años luz.


3

Un lustre adiamantado,
virginal, desdobles
largos, babilónicos, el reflejo del sol en la línea del horizonte que se desvanece,
los ojos entornados de los paseantes, ojos sensibles a su brillo que buscan
aun en ostras;
su brillo delicado es para los admiradores,
el brillo delicado de las perlas, la orilla del mar, otra vez en horizontes que se desvanecen
del mar en tránsito donde emerge su sonrisa.
Que despojen a todo edificio de imaginación,
que sólo sea un lugar pasajero, castillos de arena,
donde cualquiera puede dejar su huella en intercambio.
Que lleven las gárgolas a la bodega para inspección
o cualquiera que encuentren y parezca una.

También los hombres que estén en las alturas son gárgolas,
los que permanezcan de pie mucho tiempo, son gárgolas,
los que no se siente su presencia cuando están cerca, son gárgolas,
los que vigilan, son gárgolas, son monstruos, aves de rapiña
contemplando la podredumbre en el esplendor,
como una caries en el diamante.

—No destruyan ninguna,
son hermosas, parecen pesadillas divinas que observan la creación sin duda.

El hombre de los binoculares se pregunta
¿Por qué sonrío?
Guarda la compostura, busca su reflejo y observa cumplirse sus órdenes,
permaneciendo quieto, incólume y su odio hacia las gárgolas lo hace parecer una estatua.

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