lunes, 15 de mayo de 2017

El delegado (Tercera y última entrega)

Autor: Maximiliano López

El veedor llama a Susana Olmos para que entre al cuarto oscuro a ejercer su voto. No tarda mucho en efectuar el acto y sale del gimnasio con su sobre que luego deposita en la urna. Acto seguido se reúne con sus compañeras de campaña para ir a almorzar. La conversación nunca se repone y Bernarbez, resignado a seguir con esa situación de confinamiento sentimental, conversa con los compañeros promotores de la carrera atlética organizada por el sindicato. Uno es del gremio mientras que quien lo acompaña es una mano de obra disponible alquilada por un compañero del gremio que no puede estar presente, a cambio de cien pesos la hora para representarlo.

—¿Cómo piensa que irá la elección, don José? —pregunta el del gremio.

—No sé, la verdad quiero que termine. No entiendo por qué hace esto. Está todo bien con que se presente más de un candidato a ser delegado de los compañeros, ¿pero justo tiene que ser ella? Y.. yo no soy intolerante, nunca lo seré, cuestiono que haya un contendiente y que sea ella porque en primer lugar hice mucho por los compañeros, y en segundo, yo a ella la amé mucho, yo no me animé a dar el siguiente paso que ella me propuso en su momento y contribuí a que se  terminara la relación. Jamás pensé que sus sentimientos hacia mí derivarían en que ella se postulara para ganarme y reemplazarme.

El muchacho del gremio, junto con el alquilado, se manifiestan sorprendidos por las declaraciones del delegado. Si bien es vox populi la relación mantenida entre Bernarbez y Olmos durante años, jamás habían escuchado antes una declaración tal por parte del delegado del Ejército. Diego, el inscriptor del gremio, intenta atinar a decir:

—Tenga ánimo, compañero, usted va a ganar por goleada.

José, hastiado y resignado ante el chupamedismo del joven, mira para arriba y suspira: —qué se yo, pibe… ¿Les gustaron las empanadas? Sírvanse más gaseosa, por favor —acercándoles una botella ya no tan fría.

En medio del proceso electoral en desarrollo surge el inconveniente que la ficha de anotaciones del padrón están asistiendo a votar se quedó corta en relación a la cantidad de electores. Las hojas no son suficientes. El imprevisto toma por sorpresa a los veedores y todo el cuerpo  presente del sindicato. El delegado se encuentra resolviendo una cuestión a la planta baja de la sede, Susana está comiendo en el comedor y parece que a nadie presente se le ocurre una idea mejor que la de contactar a alguien de la sede capital del sindicato para que traiga nuevas planillas o improvisar unas nuevas con birome. El calor, las empanadas y el refresco parecen haber amodorrado a los compañeros para actuar ante una contingencia. Al compañero alquilado para inscribir a los otros compañeros presentes a la carrera se le ocurre la idea de que, desde la seccional Capital del sindicato, envíen por mail un archivo con el formato de planillas para imprimirlas en el cyber más cercano. Por suerte, el compañero del gremio sacó de su carpeta dos planillas vacías que tenía guardadas de casualidad. Suficientes para que el sufragio pudiera continuar.

Habiendo ya votado y almorzado la mayoría de los trabajadores del lugar, la terraza va vaciándose de a poco. Susana Olmos regresa. Su mano derecha, Romina, la recibe con una banana que, cuando la contendiente toma asiento, se dispone a comer. Aparentan tranquilidad sentadas a un lado de la mesa donde están los veedores, que esperan a la única persona que queda por votar, el delegado José, quien se hace presente no sin haber tardado unos minutos. Pasan diez segundos entre que ingresa y sale del gimnasio reconvertido en cuarto oscuro y manda el sobre con el sufragio al interior de la urna. Inmediatamente después de sufragar mira a Susana unos segundos en forma condescendiente y pasa a dar la mano a los veedores del sindicato para luego irse al comedor para hidratarse un poco. Todavía no comió nada. Prefiere esperar a que pase el escrutinio y se comunique el resultado de la votación para almorzar tranquilo, pase lo que pase. Si gana, todo seguirá igual. Él, como delegado, administrando los recursos que caen desde arriba para distribuirlos de la mejor forma posible de acuerdo a las posibilidades, como lo viene haciendo desde una década y media. Defendiendo y negociando como nadie allí la protección de los suyos ante los directivos del Ejército de Caridad. Hay que ver cuánto saca Susana, se dice, mientras bebe un vaso de agua azucarada. Dependiendo de ello se verá cuán empujado estará a negociar con las fuerzas que su ex novia representa. En caso de que pierda, sería momento de activar su plan maestro de contingencia. Quizás la iniciativa más osada en toda su vida: irse al medio de la pampa seca a seguir trabajando para el sindicato y el Ejército, pero lejos de todas las contradicciones afectivas y familiares que lo asfixian. Cualquiera de los dos escenarios, por ende, le sentaría bien. Se sentiría a gusto tanto siguiendo al frente de la delegación gremial como alejándose del poder que supo conseguir, de su familia y del amor de su vida.

Veinte minutos más tarde, el delegado es avisado por Gustavo que el conteo de los noventa y seis votos está a punto de finalizar. En la terraza sólo quedan, además de los compañeros del sindicato por fuera del Ejército, José, Gustavo, Susana y Romina. Los nervios aumentan en lo que los veedores, únicos calificados para contabilizar los votos, se encuentran en un extraño hermetismo representado en el encierro al interior del gimnasio para llevar a cabo el escrutinio.

Finalmente, los veedores salen. Uno de ellos comunica el resultado final: José Bernarbez es reelecto una vez más como delegado gremial. Gustavo le da unas cuantas palmadas en la espalda a su líder nuevamente plebiscitado por las urnas. José no manifiesta entusiasmo pero agradece por compromiso las felicitaciones de su mano derecha, los veedores y demás compañeros presentes en el lugar. La desazón se apodera de Susana y sus colaboradoras. La lista opositora seguirá siendo opositora o bien se desarticulará o se coaligará con la triunfante. De todas maneras, los resultados han sido más parejos de lo pensado. El compañero Bernarbez sólo superó a la compañera Olmos por ocho votos, siendo que José obtuvo cincuenta y dos votos mientras que Susana, cuarenta y cuatro. Jamás había tenido lugar antes, en el historial de elecciones para delegados, un resultado así de parejo. Este escenario inédito e impensado abre un panorama totalmente nuevo en la política gremial al interior de la delegación y en la forma de relacionarse con el sindicato y con los directores del Ejército de Caridad. Bernarbez y Olmos se verían obligados a formar una especie de cohabitación que han venido negando para sus vidas privadas luego de la separación. Una unión de fuerzas, una gran coalición para que la estabilidad y progreso, cada vez más difícil de sostener en un contexto social y económico negativo para la clase trabajadora en general, siga predominando entre los compañeros.

Ni para Susana ni para José, que se saludan con respeto mutuo luego de saberse el resultado y de sus respectivas reacciones y saludos con los suyos, que se jugaban a todo o nada, se trata de una situación favorable o pensada. El delegado consiguió retener su poder a costa de perder una gran parte de apoyo que ha ido a parar a una nueva referente en la delegación. Esa estrella brillante en un firmamento hasta hace un rato únicamente dominado por José, si bien no llegó a ganar, sí sorprendió a propios y extraños, y se transformó en alguien a ser considerado por el otrora poderoso delegado.

La situación no deja de ser surreal para José Bernarbez. No ha sido este un día cualquiera en su vida. Se acaba de producir una integración total de su vida privada y pública. Susana, su ex pareja, su gran amor que no pudo soportar de tan grande que es porque amenazaba los cimientos mismos de su vida, termina convirtiéndose en alguien ineludible en la construcción cotidiana de poder a la que debe acudir José para legitimarse constantemente ante sus compañeros como delegado. Ahora que se fueron todos de la terraza y el comedor, tanto el ejército invasor de la ATECYD como Susana, Gustavo y el resto de los compañeros, puede sentarse a comer tranquilo las empanadas que la cocinera, una mujer que hace cinco años trabaja ahí gracias a él, desde que se abrió la cocina para los trabajadores del Ejercito de Caridad, le guardó con detalle.

—Espero que le hayan gustado, señor. Le guardé de carne y de jamón y queso, sus favoritas.

—Ha sido un gran detalle de su parte, doña Josefa. Le agradezco mucho —contesta parco el delegado.

La cocinera le sirve un vaso de jugo de naranja y le dice que votó por él. José vuelve a agradecerle y dice que no es necesario que le comente por quien voto. Que la seguirá estimando igual y estando a su disposición cuando lo necesite, haya votado por quien haya votado.

Bernarbez, en lo que termina de comer las empanadas, ve cómo se esfuma su sueño de irse a vivir a La Pampa no sin lamento. Ahora ni siquiera podrá seguir siendo todo como era antes ni de la forma que quisiera. Cada decisión o detalle sobre la administración de recursos y la protección de los compañeros deberá ser consultada especialmente con ella. Si perdía, aunque fuera por poco, podría ya estar pensando en pedir su promoción hacia otra sede del Ejército y en los preparativos para la mudanza. Propondría a su hijo irse con él o quedarse y agarrar la plaza que deja, o pasarle una módica suma de dinero para que vaya solventando los gastos de la casa en lo que se vende, etc. Planes que ahora no tienen sentido. Adiós a la vista hacia la nada de La Pampa seca y semipatagónica, al abrazo de un pretendido destino que al final, o por el momento, no parece ser tal.
Su destino es su responsabilidad, al parecer, piensa mientras sale del comedor. Su destino está presente aquí y ahora, en el comedor que posibilitó, gracias a su talante como líder y como servidor de poderes mayores dentro del sindicato y a la buena coyuntura político-económica en el mundo sindical durante unos años, abrir en la terraza del lugar de trabajo. Ahora los tiempos son distintos, pues cuenta con un poder escaso y está obligado a cohabitar con una lista disidente. También deberá administrar recursos más escasos. El margen de favores se achica y habrá que hacer mucho con poco. Deberá proteger a los trabajadores en un contexto desfavorable en el cual los mandos medios y altos del mundo empresarial son más favorecidos en cuanto a facultades de negociación entre capital y trabajo. La malaria económica, presente ya desde hace un tiempo en el país, pareció pasarle factura al liderazgo de José. Quizás algo de razón tenía la compañera Romina al endilgarle que su autoridad y sus logros están erosionándose y que hace falta imprimir nuevos bríos a la gestión. Y qué mejor que con la nueva coalición que tiene en mente constituir el reelecto por quinta vez delegado.

Ese destino y esa responsabilidad, unidas según el razonamiento de José por los tiempos recesivos que corren, le empujan, en el fondo a estar con Susana también como única opción afectiva. A la posibilidad de integrarla a su vida pública sin que ello ponga necesariamente en peligro su vida privada y viceversa. A consagrarse ante ella como su gran amor. Aunque también pudiera tornarse algo riesgoso. Sus ambiciones podían chocar y consumir, nuevamente, la relación. La confirmación de un amor intenso pero fatal e imposible.

Lo de la ambición no sería un problema para José. Pues sigue harto de su cargo y no tendría problema en darle el poder a quien sea en unos años. O, al menos eso es lo que le dice a Gustavo, quien le pregunta cómo se siente cuando sale del comedor y se lo encuentra en las escaleras hacia abajo.

—Al final mandaste cualquier verdura con tu pálpito sobre las elecciones. Me lo disfrazaste de estudio serio, chanta —bromea Bernarbez.

—Perdón, José, realmente pensaba que vos ganarías por alto margen. Pero los resultados me sorprendieron por completo. No esperaba que Susana fuera a ganar tantos votos. Eso habla de que hay muchos alcahuetes que dicen apoyarte pero luego van y te clavan un puñal en la espalda. A esos mejor ni tenerlos en cuenta. Ya sabré quienes son.

—Ni te gastes, no hagas pavadas que pueden ser perjudiciales. Gané y punto. No habrá caza de brujas ni ninguna ridiculez de esas contra quienes votaron por Susana. Demostró ser una buena candidata y la respeto. Siempre la respeté como persona, ahora la respeto como cuadro sindical también.

—Está bien, Bernarbez, simplemente me preocupa que haya tantos compañeros que sean falsos. Falsos y morbosos. Porque el morbo sobre tu vida privada y la de ella también jugó fuerte. Estoy seguro.

—Sean lo que sean, tendremos su apoyo cada día que esta organización en donde trabajamos siga funcionando de una manera en la que nos sintamos mínimamente beneficiados. Y todos queremos eso. Tanto los que votaron por Susana como los que votaron por mí. La diferencia es que yo sigo siendo el líder aquí y, por lo tanto, sigo teniendo la última palabra.

—Me consuela saber que sigas cómodo como delegado de todos nosotros. Y que tu autoridad siga siendo tan firme cuando hablas de esa manera.

—No queda de otra, compañero Gustavo. No hay alternativa por el momento —luego de saludarlo y quitárselo de encima para, de una vez, volver a su trabajo, se pone jocoso y pregunta —¿Querés saber una cosa? ¿Vos querés saber por quién voté?

—Vamos, José, no me vengas con chistes. Votaste por vos.


—No —responde—. Voté por Susana.

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