Mientras José realiza las
labores propias del delegado, en uno de sus pocos momentos de tranquilidad y
soledad, entre los reclamos y consultas de los trabajadores del Ejército, se
pregunta cómo es que Susana, Susanita,
osó postularse como candidata a delegada y disputarle su modesta parcela de
poder en la gigantesca maquinaria sindical. ¿Qué fue lo que la llevó a la
actual situación? Cavila, mientras revisa unas planillas con datos actualizados
de la afiliación a la obra social de sus compañeros. Si alguna vez, concluye
Bernarbez, se habló sobre la posibilidad de que Susana participara en política
gremial, se habrá tratado sin dudas de un chiste, o al menos así lo entendió
él. Jamás hubiera pensado, antes de saber que ella se presentaba como candidata
a delegada, que podría hacer algo así.
—¿Será despecho? Hace dos años
que no estamos más juntos —continúa reflexionando—. ¿Habrá esperado todo este
tiempo para postularse? ¿Lo tenía todo preparado? Uno no sabe que esperar de
las mujeres. ¡Y menos de alguien como Susana! Hasta donde yo sabía, no le interesaba
la política gremial, lo que es más, la política en general. Evidentemente —piensa
Bernarbez— esta situación en la que estamos envueltos, que le cuesta soltar, y
a mí también claro, en la que es sencillamente imposible ir de lo idílico a lo
material, ha sido un motor que la empujó a hacer cosas impensadas, como
pretender arrebatarme el puesto de delegado.
José, absorto en sus pensamientos obsesivos,
buscando, una vez más, el porqué de la sorpresiva convicción de su ex pareja, de
considerarse un potencial cuadro sindical, y llegando, una vez más también, a
esa misma respuesta, siempre salida unilateralmente de su cabeza —jamás
consultado con ella— infiere que el resentimiento puede llegar a ser muchas
veces el motor que mueve al ser humano, a la Historia misma. ¿Pero hará Historia
Susana siendo la primera delegada femenina entre los trabajadores del Ejercito de
Caridad seccional Capital? José se encuentra cada vez más cercano a un
nihilismo de “ya fue todo” que, parcialmente, es producto de su culpa eterna,
de esa pulsión por arrojarse mierda en sus propias decisiones, como con su
relación con Susana. Otro poco es por hartazgo.
Hartazgo hacia sus
compañeros, ante todo, que del consenso que caracterizó a la delegación
sindical, dan luz verde hacia su resquebrajamiento. Que este acuerdo no ha dado
del todo magros resultados sino —según el propio punto de vista de Bernarbez, y
se jugaba éste que de gran parte de los trabajadores del lugar también— todo lo
contrario, que gracias a sus gestiones gozaban de beneficios que otras delegaciones
del sindicato no cuentan. Pero así y todo, estos compañeros conceden que se
geste una línea opositora a la autoridad que ejerce el actual delegado desde
hace más de quince años. Esta dinámica política al interior del grupo de
trabajadores comienza a ser interpretada por José, en sus pensamientos cada vez
más intensos y paranoicos, como una señal de total desconsideración hacia sus
esfuerzos. La gota que amenaza con rebasar el vaso de su paciencia y
comprensión.
—Para contar con compañeros así mejor no cuento con nadie —piensa el
delegado, quien trata de llamarse a recato y tratar, a su modo, de entender que
los tiempos cambian y la comunidad también. Pero que pese a esos cambios, como
decía el general Perón, la comunidad debe estar organizada. Concluye que se está gestando en él
la necesidad de una cohabitación entre sus sentimientos de hartazgo y desilusión
con el mundo gremial y una esforzada apertura y empatía con la palpitación de
cambio que parece estar tomando forma dentro del cuerpo de trabajadores del Ejército
de caridad. Necesidad para poder comprender los cambios y discernir de una vez
por todas cuál sería la mejor manera de fortalecer a la delegación, en caso que
pase lo impensado.
—Si llega a ganar
Susana, simplemente aceptaré las cosas como son y me haré a un lado. Ofreceré
mi mano para ayudar y seguir sacando adelante a este lugar. O bien podría pedir
que me transfieran a otro lado. Quizás esa sea mi mejor manera de ayudar en tal caso. No estaría nada mal empezar de cero en el Ejercito
de Caridad de… no sé, Santa Rosa —piensa.
En ese maldito hartazgo, en
ese cansancio de la vida cotidiana que lo aplasta, su hijo, su ex esposa, su ex
pareja, el sindicato, sus jefes, sus compañeros, comienza sin embargo a
abrírsele una vía de escape: sí, la posibilidad de irse a otro lugar, inhóspito
y lejano, siempre, eso sí, bajo los mantos protectores del Sindicato y el
Ejército. Está confiado en que los años de congraciamiento con el establishment de la ATECYD pueden mover
montañas y que las autoridades accederían ante una tal petición.
De repente, la posibilidad de alquilar una casita en las afueras de
esa ciudad, que tenga al menos una ventana mirando a la inmensidad del vacío
pampeano o, en el mejor de los casos, un terrenito mirando a la vastedad de esa
nada que presagia la hostilidad patagónica, se perfila como su sueño
definitivo, su última morada en donde apostaría, al menos, encontrar algo
cercano a un rudimentario y ascético bienestar.
Sumido José en el transitar
de esta ensoñación inédita, alguien golpea a la puerta de su pequeña oficina,
un ambiente que solía ser un baño. Quien golpea es Andrés, el encargado de
coordinar a los trabajadores del sector de artículos electrónicos del Ejército
de Caridad. Le avisa que han llegado los veedores. De un hondazo es bajado Bernárdez
a la gris realidad, debe ahora facilitarles a los veedores del Sindicato la consecución
de los preparativos del acto electoral. Algo empieza a cambiar en el delegado.
O al menos, una intención antes inerte, ahora latente, de fugarse, comienza a expandirse
por toda su mente y espíritu. Una revolución silenciosa también está teniendo
lugar en él. No obstante, la dualidad entre el deber y el querer sigue en pie,
atormentándolo segundo a segundo, erosionando su resistencia, su temple, su autoridad.
El lugar elegido para la
adecuación de los veedores con las planillas, el padrón y la urna es el espacio
comprendido entre la cocina-comedor y el gimnasio de los trabajadores de la
sede Capital del Ejército de Caridad, en la vasta terraza de la edificación, a
la luz abrasiva del sol de mediados de noviembre. La urna, exhibiendo el
logotipo del sindicato, se dispone en dos mesas de plástico, junto con el
padrón, conformado por cuatro hojas con la relación de los nombres y apellidos
de cada trabajador del Ejército de Caridad afiliado a la organización.
Completa la composición un
termo con agua hirviendo y un mate rebosante de yerba y azúcar, listo para ser tomado
por uno u otro de los veedores. Éstos están sentados detrás de la mesa en dos
sillas, de plástico también. Como último acto previo a la puesta en marcha de
la votación, es habilitado el gimnasio como cuarto oscuro en el que el improvisado
staff logístico para las elecciones,
conformado por dos trabajadores del sector de electrodomésticos usados, acomoda
las boletas de uno y otro candidato.
Junto con los observadores del proceso electoral, miembros de la
seccional capital del sindicato, la organización también se hace presente a través
de asistentes para exhortar a
los trabajadores a inscribirse a la obra social y a la carrera anual de diez
kilómetros que organiza la ATECYD, que lleva el nombre de quien es su
secretario general desde hace ya tres décadas. Un hombre providencial del vasto
universo sindical que, al igual que otros pro-hombres en ese mundo, vienen
sobreviviendo a las transformaciones del Estado, la sociedad y el mercado no
sin consolidar sus hegemonías. Y el culto a la personalidad es tan solo una de
las herramientas de un mecanismo de resistencia orientado al fortalecimiento de un
espacio de protección colectiva en el que los trabajadores, si bien no todos,
encuentran cobijo. Y aceptan las reglas del juego con tal de detentar algo de
la estabilidad que aún irradian los sindicatos a una fracción que cada vez
representa menos a la totalidad de la clase trabajadora en la posmodernidad.
Sumida, al menos en este país, en más de un cuarenta por ciento en la actividad
económica informal y sin ningún leviatán sindical que la proteja en ese estado
de la naturaleza.
A José le importa un bledo
si el secretario general incurre o no en excesos, con tal de que se comparta al
menos un porcentaje menor de ese bienestar del que se disfruta en la cúspide.
Lo que se discute ahora es quien será aquélla o aquél que administre esa
parcela de privilegio que el sindicato le asigna a la delegación gremial del
Ejercito de Caridad sede Capital. Y José, a su pesar, tiene la mente puesta en
ello, barajando decisiones y alternativas ante cualquiera de los dos escenarios
posibles: la victoria o la derrota.
En medio de esa presencia
importante del sindicato durante el proceso electoral, que sin lugar a dudas
altera la vida cotidiana de los trabajadores, quienes de apoco van tomando
presencia ya sea para votar, comer o viceversa, pues ya casi es la hora del
almuerzo y empiezan a olerse las empanadas que con esmero y dedicación la
cocinera prepara, Bernarbez siente que los ojos de la mayoría posan sobre su persona.
La historia entre José y Susana es conocida por todas y todos allí. La gente
del sindicato también está al tanto. Ese affaire
es el condimento principal que le da a esta elección de delegado algo
particular. Y es que no sólo se trata de una elección competitiva y democrática
inédita, sino que, también, la vida pública y privada de los candidatos se entremezclan.
El morbo se maneja silenciosamente entre los compañeros y compañeras por
respeto a ambos. A José por ser la autoridad sindical en el lugar. Y a Susana
por ser una figura con gran ascendiente o, al menos, el suficiente como para
plantarse frente a su ex.
Los trabajadores, o la mayoría de ellos, sienten un profundo respeto
hacia el delegado. Compañeros que hace rato o recientemente se incorporaron al
trabajo que se realiza en el Ejercito de Caridad lo tienen como un protector.
Casi todos le deben un favor. No es un respeto infundado en el temor. O quizás un poco, pero se trata posiblemente
también de uno basado en la admiración
y agradecimiento. Seguramente habrá quien lo deteste por alguna u otra razón
particular o una medida implementada. Pero la valoración en general es
positiva. Muchos de ellos han comenzado a trabajar en el Ejército gracias a él.
Muchos han salido de algún apuro económico gracias a él. Puede hablarse de un
costado paternalista, mesiánico y caudillesco del delegado. Que no es ni más ni
menos que la reproducción, a una pequeña escala, de las prácticas sistemáticas
en el sindicato desde arriba hacia abajo y del mundo sindical en general. Un
modo en el cual se reproducen tanto beneficios laborales para todos los
trabajadores agremiados como la hegemonía de quienes ostentan alguna posición
de autoridad desde el secretario general hasta el delegado gremial.
La “plataforma” electoral
de Bernarbez promete la continuidad, la reproducción de esa cultura política.
En concordancia con la cosmovisión ortodoxa del sindicalismo a la que adhiere, no
sin algunos reparos, José sugiere que su gestión es la mejor opción electoral.
La única viable. Una suerte de There Is
No Alternative manejada por el ala
tory del sindicalismo nacional. Susana, por su parte, representa más o
menos ese mismo modelo: no propone ningún cambio importante ni escapa a ese
mantra. La ATECYD no es una organización sindical que se caracterice por
contener en su interior a sectores disonantes, que cuestionen al liderazgo del
secretario general o el estilo y la cultura político-sindical imperante, en la
disputa por el poder. Sin embargo, alrededor de Susana está Romina, una reformista
que aboga por la inclusión de al menos un par de puntos diferenciales y
“combativos” en la agenda, como la necesidad de que haya apoyo psicológico para
las compañeras y poner el baño de mujeres en mejores condiciones, así como por
una mayor presión en la puja salarial.
La modesta expansión de derechos propuesta por elementos de la lista
opositora encabezada por su ex mujer es vista por José como gasto innecesario
de recursos ¿Una psicóloga presente en el lugar de trabajo? ¿Para qué? Si la
obra social del sindicato cubre ese aspecto. Lo del baño de mujeres es
discutible y negociable. Pero es de las pocas cosas negociables en una agenda
inviable.
—Le deseo a Susana la mejor de las suertes si es que gana. Me
gustaría que me acompañara en mi nueva vida en caso de que yo perdiera pero…
bueno, ella ganaría y ocuparía mi lugar. Al final nos las terminamos arreglando
para borrar toda posibilidad. Sólo puedo esperar que sea bien aconsejada y
ofrecerme para ayudar, aunque sea a la distancia, en lo que pueda —piensa,
mientras escucha discutir a Romina, su principal asesora, con un compañero del
sector de muebles, mitad en chiste, mitad en serio. En ese momento aparece la
contrincante del delegado y la tensión baja de nivel. José la mira pero luego
evita cualquier contacto visual con ella hablando con alguna de las personas
que hacen fila para votar. Nada de política, sólo cosas laborales y sindicales.
Mientras los agentes del Estado de Bienestar sindical se encargan de
persuadir, inscribir y atender consultas de los trabajadores en torno a la obra
social del sindicato y, en menor medida, avanza la inscripción a la carrera
atlética, la votación comienza. También es la hora de la comida y la terraza
del Ejército de Caridad reboza de gente. Todo transcurre con cierta armonía y
distensión. José trata de controlar que todo suceda de esa manera. Ofrece
empanadas a los veedores y a los asistentes de inscripción a la obra social y a
la carrera del sindicato. Todos aceptan gustosos la comida del día acompañada
de unas gaseosas.
En medio de todo el
jolgorio de compañeros que hablan y bromean entre sí, y una cierta división que
puede notarse entre las mujeres y los hombres respecto de sus preferencias
electorales, los candidatos comienzan a conversar pues la tensión es
insoportable. El dialogo se da de una forma tímida e inhibida. La última vez
que hablaron fue cuando se hizo pública su candidatura a delegada gremial del Ejército
de Caridad.
—Todavía no entiendo por qué te pusiste de candidata a delegada.
—Siento que puedo hacer cosas buenas por todos nosotros. Pero me
parece que no lo comprendés y pensás que lo hago para molestarte.
—No digo que lo hagas por
eso. Es un cargo que puede llegar a excederte, vos sabés bien, estuviste al
lado mío y tenés más conocimiento que todos aquí sobre lo que exige el puesto,
uno asume muchos compromisos y se siente permanentemente tironeado por varios
intereses a la vez, no es un deporte defender a los trabajadores, darles la
porción disponible de torta para repartir, procurar que sea la porción más
grande posible y que deje satisfechos a todos o a una mayoría, atender reclamos
puntuales de los compañeros, bancar las presiones del sindicato y de los
patrones, en fin… mirá, debo decir que tu decisión sigue sin dejar de
sorprenderme. Y que, si me ganas, me gustaría ayudarte a pesar de mi falta de comprensión.
—Eso es lo que me gustaría, que me puedas ayudar si gano. Y si no lo
hago, que me tengas en cuenta. Juntos podríamos hacer cosas grandiosas aquí. Y
también para nuestra vida.
—No creo que sea bueno que volvamos, y menos en las circunstancias
que proponés. Estás llevando todo a un extremo peligroso. Pretendés que de una
u otra manera integremos nuestras vidas. Pero la verdad que no puedo. Yo quiero
lo contrario. La verdad es que te sigo queriendo mucho, pero se me hace difícil
verte, queriéndote de esta manera y no estar juntos. Sabés que no podemos
estarlo porque mi vida es complicada. No quiero mezclarte en mi trabajo. Me
gustaría que estés en otro lugar, pero no es así. La única manera que se me
ocurre de dejarte tranquila a vos y estar tranquilo yo es separar mi vida de
esta rutina yéndome de la
ciudad. Trabajar en el Ejército de Caridad, pero de otra ciudad. La más lejana
posible. Eso, en el caso que pierda esta elección.
—Bueno, yo te ofrezco que hagamos las paces, no te estoy hablando de
volver, simplemente de que nos tengamos en cuenta en este ámbito y vos me decís
que querés irte si llego a ganar la elección. Cosa que sabemos no sucederá.
Parecés una persona sobria, parca y mesurada, José, pero a veces podés llegar a
ser muy dramático.
—Me gustaría que vengas conmigo a ese lugar lejano, pero ganarías la
elección en ese caso —le responde José, quien no tiene otra cosa mejor para
decirle.
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